lunes, 22 de diciembre de 2008

La Caza

Gabriel entró en el vagón de metro. Echó un vistazo rápido, un acto reflejo condicionado por años de entrenamiento, buscándole. Apenas veinte personas le acompañaban en esa mañana de enero, distraídas, ajenas a la caza que se estaba llevando a cabo. Se colocó en espacio que hay justo antes de la unión flexible de los vagones, cubriendo su espalda mientras miraba en una dirección buscando un gesto, un detalle de él. Tres años. Tres largos años de persecución por media Europa para acabar, paradojas de la vida, en la ciudad en la que vivía.
No encontró nada.
Debe estar por aquí, tiene que estar,...
Se giró para mirar en la dirección opuesta, asomando la cabeza con un movimiento rápido pero despreocupado, como quien mira con curiosidad a esa chica que acaba de pasar buscando asiento. Le vio. Estaba de espaldas, de pie, agarrado a una de las barras verticales en mitad del vagón. Gabriel se ocultó de nuevo en su parapeto y analizó la situación.
Me acercaré rápido, no habrá vuelta atrás, pensó. No hay otra manera. Menos mal que casi todo el mundo está sentado.
Miró fijamente a la pareja que estaba enfrente, apoyados contra el cristal. Les hizo un gesto llevándose el dedo índice a los labios para después indicarles que se quedaran quietos, a la vez que abría su chaqueta y mostraba su identificación colgada al cuello sobre un chaleco antibalas negro con tres iniciales blancas desconocidas. La pareja se sobresaltó un instante, pasando a la sorpresa en el siguiente movimiento. Su mano derecha buscó su cintura retirando el abrigo hacia un lado. Extrajo su G17 de la funda, movimiento preciso, respiración profunda y mirada al suelo. Salió de su esquina en dirección a su objetivo ocultando el arma. Dos señoras le vieron dirigirse hacia ellas. Su mirada fija en él, despreciando el resto del mundo.
Apenas anduvo cinco metros, a menos de diez de su perseguido alzó el arma con dos manos. Las señoras gritaron asustadas levantándose. Las apartó hacia un lado en décimas de segundo, pero era tarde. El Tuta ya le apuntaba. Tres disparos, ambos, no eran pandilleros de favelas. Gabriel notó dos impactos en su pecho que le lanzaron hacia atrás con una fuerza descomunal, cayendo de espaldas al suelo. El tercero había alcanzado su hombro izquierdo.
Que bueno es el hijoputa.
El pánico se apoderó de todos los presentes, que miraban asombrados una escena que sólo habían visto en el cine. Y silencio. Sólo caras de terror y sollozos. Mientras el dolor del pecho le impedía respirar la chica a la que había pedido silencio hacia un minuto se arrodilló junto a él.
- ¿Estás bien? No te muevas, déjame ver...
- Ayúdame a incorporarme, tengo que verle.
- No te preocupes por él, no se va a ir a ningún sitio.
A duras penas se incorporó ligeramente. Cierto, no se va a ir. Un agrupamiento perfecto. Había caído al suelo quedando apoyado en uno de los asientos en una postura de muñeca rota. Los ojos abiertos, mirando al suelo. Suspiró aliviado. Se acabó. Se fijó en los ojos verdes que examinaban su hombro y notó una punzada de dolor cuando ella le obligó a tumbarse de nuevo y presionó la herida con fuerza.
- ¿Esos ojos de mar salen con alguien?
- No es la clase de pregunta que una espera en estas situaciones...
Sus mejillas se encendieron y sus labios dibujaron una tímida sonrisa.
- No es la clase de ojos que uno encuentra en estas situaciones...
Fragmento del libro "Cómo te pones por un quítame esas pajas"

martes, 16 de diciembre de 2008

Glosas

Traspasado por la conciencia cierta
de que nunca volveré a recuperar
tu mirada de aventura y fuego

comienzo un nuevo camino hacia
ninguna parte concreta y hacia
todas partes a una vez.

Herido en mi orgullo pueril y vacío
tengo que aprender a bajar la cabeza
hasta encontrar tu corazón latiendo

en otros territorios más fértiles
donde la primavera de la alegría
haga que tiembles entregada

al placer de sus brazos rodeándote.
Te deseo toda la felicidad y te llevas
en el recuerdo de tu corazón un alma
fiel que te amará eternamente

Fragmento del libro:"diario de Kachimba"

domingo, 14 de diciembre de 2008

Ella-She 3

Hola, buenas tardes, me puede indicar donde está la calle Las Viñas?-estaba perdido completamente, así que le pregunté a una chica que estaba de espaldas mirando un escaparate-

Ella se dió la vuelta y la ví por primera vez. A partir de ese momento, mi única ocupación ha sido servir sus deseos. Sin mirarme, extendió su mano derecha con el dedo índice apuntando a un lugar indefinido detrás de mí y dijo- por ahí, creo. No sé, pregunta a otro.

Podría ser más explícita-inquirí.
No.
Es que, necesito llegar a esa calle, tengo que recoger un paquete-rogué.
Pues, pregunta a quien lo sepa.
Gracias por su interés, es Ud. muy amable-estaba ya a punto de desistir.
Gracias.

La verdad es que tenía una indiferencia insultamente atractiva. Me moví unos metros y decidí darme la vuelta y mirarla desde más lejos. No se inmutó por mi marcha. Unos cinco minutos después, comenzó a caminar en la misma dirección en que yo me encontraba. Jamás había visto a nadie andar así. Era una mezcla de inseguridad, nerviosismo y torpeza. Pasó a mi lado sin detenerse y sin percatarse de mi existencia, pese a que la estaba mirando fijamente. Y entonces hice algo que aún soy incapaz de entender. Le agarré del brazo y besé sus labios.

Segundos después, me separé y, a duras penas, murmuré una disculpa. Me encontraba avergonzado, a la vez que embriagado. Ella me miró con una expresión de dureza y de sorpresa, a la vez y me dijo: imbécil.

Siguió su camino y tomé la decisión más importante de mi vida: eché a correr detrás de la mujer más hermosa y poderosa que la tierra ha conocido jamás. Y pese a todo lo que me ha ocurrido hasta este momento, pese a las penalidades, desgraciasy dolores insoportables que he sufrido desde ese instante, no sólo no me arrepiento, sino que volvería a correr tras sus pasos sin dudarlo.

Fragmento del libro: "te quiero más que a mi vida"

viernes, 12 de diciembre de 2008

Ella-She 2

Pasó el tiempo. Tanto que no podría determinar el momento del día en que, por fin, abrí los ojos. Su cara me sobresaltó. Unos ojos marrones (nunca he sabido describir unos ojos. Creo que es un enigma de la fisonomía humana), fijos sobre mí. Y su aliento embriagador y reconfortante. Intenté decir algo, pero me cerró la boca con un leve movimiento de su mano. Era una piel cálida, que desprendía una energía potente. Se puso en pie con cierta brusquedad y me hizo un gesto para que me levantase. Esta vez conseguí erguirme con cierta facilidad y, por primera vez, le contemplé desde una altura superior. Eso me produjo una extraña sensación de adquirir ventaja. Pero se desvaneció en cuanto mis ojos se encontraron con los suyos. Nuevamente, me encogí interiormente y me sentí por entero a su merced. Tenía en su faz dibujada una sonrisa burlona (como si hubiera seguido mis pensamientos y se regocijase ante mi delicada situación de dependencia). Echó a andar y me dispuse a ir tras sus pasos. Al llegar a la puerta, ella cruzó el umbral girándose levemente y haciendo un gesto con su mirada que no comprendí. Su sonrisa anterior había devenido en una amplia mueca de alegría, casi de risa. Cuando atravesé el quicio, unas manos firmes y frias me sujetaron y me izaron en vilo, mientras que otra me colocaba un paño en los ojos cegándome por completo. Es así como escuché su voz: "deshaceos de esa escoria". El pánico se apoderó por completo de mis sentidos y comencé a agitarme y a gritar, hasta que un golpe seco en la boca del estómago me dejó sin resuello y casi sin concimiento. Poco después mis captores me quitaron la venda, tras un interminable recorrido en la más absoluta oscuridad. Me ví suspendido en el vacío fuera de una terraza. Miré hacia abajo y pude observar una altura enorme hasta un suelo lleno de personas caminando y vehículos circulando.. Momentos después, casi sin darme tiempo a reaccionar empecé a descender a gran velocidad. Lo último que ví fue una fugaz imagen de ella, sentada, mientras un hombre inclinado le calzaba uno zapato en un pie desnudo.

Fragmento del libro : "te quiero más que a mi vida".

martes, 9 de diciembre de 2008

Ella-She

Todavía no me había recuperado de la impresión que me produjo su aliento en mi cara mientras me despertaba de la paliza que había recibido. No pronunció ninguna palabra, salvo un leve murmullo apenas imperceptible. A duras penas conseguí entender que quería que me levantase. Pero las fuerzas me habían abandonado y me sentía completamente exhausto. Pero, su aliento era reconfortante, iba apoderándose de mi cuerpo e insuflándome la energía precisa para comenzar a incorporarme. Ella era extrañamente hermosa y tenía una poderosa luz en sus ojos.

Apenas di mi primer paso, cuando su mano izquierda sujetó la mía derecha y me presionó levemente. Supuse que deseaba que me quedase quieto y así lo hice. Subió su dedo índice hasta la boca y me exigió silencio. Luego, salió lentamente de la estancia sin darse la vuelta al cruzar el umbral de la puerta. que cerró con suavidad.

Perdí mis escasas fuerzas y caí redondo en el suelo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

que esto del amor?

El alma se me va a romper. En cachitos. Se me van a ir cayendo los pedacitos poco a poco por debajo de la falda, trocitos por los azulejos del hospital, por las aceras en las calles, por la moqueta de casa, trocitos repartidos en el camino de casa al hospital y del hospital a casa. Va a ser imposible recuperarlos.

Sara llevaba así ya casi cuatro días, pensando, sintiendo el alma partiéndose. Desde que Rubén había desaparecido. No estaba preparada, ni lo habría estado de ninguna manera, pero sobre todo no estaba avisada. Nada le había hecho sospechar el abandono. Desde que le conoció, sus citas de lunes, jueves y sábados se habían hecho ineludibles, para ella y, Sara creía que para él también.

En realidad, Sara había empezado a bucear en las webs de amistades buscando el hombre con el que quedarse el resto de su vida, buscando lo que todo el mundo esperaba que buscara, probablemente un hombre entre 40 y 50 años y de buena posición. Pero un día, Rubén apareció en la pantalla. Al principio, haciéndola reir, haciéndola pensar, y más tarde, removiendo las verdades y mentiras que tenía interiorizadas sobre el sexo. Fue un proceso muy lento, a Sara le costó aceptar la devoción de un estudiante de Derecho de 25 años. Se entendían muy bien , es verdad, podían hablar de música , de política - aunque invariablemente acabaran discutiendo- y hasta de la existencia del amor, de la felicidad o de Dios. Pero Sara no podía evitar ver algún interés oculto en Rubén, no acababa de fiarse de los halagos de un dios de ojos negros y cuerpo perfecto hacia una cuarentona de piel blanca y arrugas y, aunque en el fondo pensara que era posible que se sintiera atraído, intentaba alejarle hablándole entre risas del complejo de Edipo, acusándole de pervertido, de caprichoso. Todo, para no mostrar su vulnerabilidad, para no hacer evidente el deseo que empezaba a consumirla.

Pasó casi medio año hasta que Sara aceptara tener a Rubén en su casa tres veces a la semana. Nunca salían a la calle juntos, el equipo de música, el ordenador y la televisión formaban su particular mundo y aquello que les mantenía unidos al exterior . Ni ella conocía a las amistades de Rubén , ni éste sabía nada de las de ella. Era un mundo habitado por dos con un equilibrio que llegaba a asustar. Desde que Rubén entraba por la puerta se aferraba a ella. Físicamente.

- Hoy vamos a estar atados toda la tarde. Me voy a atar a ti. Estaba paseando esta mañana por el centro comercial ese nuevo que han abierto por mi casa y he visto un pañuelo que prácticamente me hacía señas. Quizás no sea seda pero tiene un tacto increíble y esos colores rojizos mezclados con el amarillo me han recordado a ti, a mi reina de Saba.
- No digas tonterías. En algún momento me tendrás que soltar.
- Sí, cuando me vaya. Se nos va a hacer un poco más difícil manejar el ordenata y prepararnos algo de comida pero nos apañaremos, seguro.

Y Sara no podía hacer nada. Porque sabía que él siempre le ganaba en las discusiones, que siempre tenía las razones para hacerle ver todo como un juego y, sobre todo siempre encontraba las formas de convencerla para hacer casi todo.

- Mira lo que te he traído. ¿Te acuerdas de aquella versión de Roxane que sale en Moulin Rouge? ¿La de Tom Waits? He pasado por el Fnac y he encontrado el CD superrebajado.
- Si, si, me acuerdo, perfecto para escuchar con el volumen bien alto y que se te pongan los pelos de punta.
- Si, perfecto para afeitarte. Hoy te voy a afeitar enterita, incluidos brazos. Es por probar...una sola vez, que seguro luego te resulta muy incómodo tanto pelito saliendo... No te importa ¿no? Quiero que te desnudes , te pongas esa camiseta amarilla con florecitas y unos zapatos de tacón.
- Eres un degenerado. ¿No tenías mañana examen de Civil?
- Sí, pero es casi seguro que voy a dejarla para Septiembre y además esto es más importante para mí. Y debería serlo también para ti. Creo que fácil me va a llevar una hora. Tengo que poner el tema para que se repita.

Sara ni intentaba llevarle la contraria. Ya habían hablado en muchas ocasiones sobre cuáles eran “las cosas importantes de la vida”, las que merecen la pena y sabía que Rubén tenía las ideas muy claras. Poseía un clarividencia similar a la que parecen adquirir las personas cuando la muerte les llama pero en un último momento no consigue llevarlas.

- Pues la camiseta amarilla está lavándose. ¿Te importa que me ponga algo rojo?
- Bueno, está bien, esa especie de camisón medio transparente estará bien... y vamos a la cocina. Quiero que te subas a una banqueta. Quiero verte desde abajo , como si fueras mi Diosa.

Al principio se sentía rara. Aunque el no haber tenido niños hacía que tuviera el pecho y el culo casi como los de una adolescente, se avergonzaba de mostrar su cuerpo tan a la luz del día, tan de cerca, tan vulnerable, tan frágil. Luego se acostumbró. Y se acostumbró a él. Se acostumbró a sus juegos, a sus locuras , a sus peticiones, a sus deseos.
Si le amaba o no, daba igual. La vida le había ido cayendo sobre los hombros día a día por un lado asentando ideas, costumbres y manías, las que le iban sirviendo para sobrevivir y por otro, rompiendo aquellas que la propia razón y la experiencia demostraba como inservibles. Aquella idea, o idealización más bien, del amor en pareja, ese amor indestructible, incomparable, ese amor donde todo es comprensión y apoyo y buen sexo y buena comunicación y sorpresa hacía unos 10 años que lo había rechazado. También ella tenía las cosas claras para eso. Cada persona te aportaba unas cosas y un ser que tuviera todo eso era inexistente o si existía probablemente no iba a ser para ella.

Si le amaba o no, daba igual. Le necesitaba. Que “no tenía futuro” le habían dicho sus amigas y ella invariablemente contestaba que, en cambio, “tenía presente” y eso le valía más que de sobra.

Pero ahora ya no había presente, al menos con Rubén. No había acudido a su cita del sábado. No le había llamado ni enviado mensaje alguno ni había contestado a los que Sara le había enviado: 15 mensajes y 23 llamadas desde el sábado, siempre con el teléfono apagado o fuera de cobertura. Tampoco tenía ningún email suyo. Se imaginó hasta un Rubén muerto, oculto en una cuneta cubierto de sangre aunque, por pura supervivencia, para no sufrir, había arrojado esa imagen rápidamente de su mente. Era imposible. Había ojeado los diarios del sábado buscando un accidente que le pudiera haber afectado pero nada resaltable parecía haber sucedido.

Eran las 11 y media de la noche y Sara dormitaba delante de la tele tan agotada que apenas logró oír el teléfono cuando sonó. Llevaba 4 días sin distinguir el sueño y la realidad. Pensó en no coger, le parecía una impertinencia llamar a esas horas a las casas pero movida por una esperanza inconfesable acertó a alargar la mano hacia el auricular.

- ¿Sí? ¿Dígame?
- Tía, que haces? Soy yo, Pablo.
- Hola, cariño, estaba medio dormida ¿Cómo llamas a estas horas?
- Tengo un notición que darte, me han dado la beca!!
- Oh, ¿En serio?
- Sí, te he escrito antes un email pero como no contestabas...
- Vaya, Pablo, enhorabuena. Me alegro un montón. Bueno, la verdad es que confiaba en ti desde el principio.
- Uff, sí, pero estaba nervioso, hasta que no lo he visto publicado...

Era su sobrino preferido, el hijo mayor de su hermana Marian. Desde pequeño habían tenido una estrecha relación. Era su confesora, su amiga, su segunda madre, casi más madre que la suya.
- Dios mío! ¿Y cuándo te vas, por cuánto tiempo, cómo está tu madre?
- Tía, no te aceleres. Te lo cuento todo en el email. Mamá, está bien. Total, va a ser un año....
- ¿Y Julio? ¿Que vas a hacer con él?
- No sé, todavía estoy meditándolo. Quiero que me acompañe pero no me atrevo a pedírselo...
- Hazlo, Pablo. Para casi nada se nos presentan dos oportunidades.
- Ya, tía, si tienes razón... Ya te contaré lo que pasa. Te dejo dormir. Y perdona...
- Bien, un beso, cariño.

Instintivamente se levantó hacia el ordenador. La llamada de su sobrino le había desvelado y quería enterarse de los pormenores de esa beca. Ella había sido quien le había animado a presentarse y se sentía feliz.
Casi le explota el corazón cuando al abrir su correo vió el mensaje. Junto al email de su sobrino estaba el suyo: ruben6780@yahoo.es. Con la mano temblorosa hizo clic en el sobrecito amarillo.

Mi reina de Saba, mi princesa del Ganges, no imaginas lo que he sufrido en estos días. No podía dejar de pensar en ti y en lo que posiblemente estarías sufriendo tú también. Ni siquiera podrías figurarte lo que ha ocurrido.
El sábado cuando iba hacia tu casa me dí un trompazo enorme en la bici con tan mala suerte que el móvil se me fue a la ría. Estoy desde entonces en el hospital inmovilizado, las dos piernas. No sabía cómo contactar contigo. Un día envié a Adrían, mi compañero de piso a buscarte a casa pero no estabas. Y hoy por fin me han conseguido un portátil para poder escribirte. ¿Cómo estás?¿ Me has echado de menos? ¿Qué has hecho en estos días?
Yo estoy bien cuidado. Está por aquí mi madre y algún amigo de la uni aparece de vez en cuando.
He tenido mucho tiempo para pensar en estos días así que prepárate para nuevos juegos. Los he tenido que apuntar en un folio que tengo guardado por aquí. Ya sé que es una tontería pero no dejo de pensar en langostinos, en sentarme entre tus piernas y que me vayas pelando langostinos, los untes en mayonesa y me los metas en la boca y poderte chupar los dedos uno a uno.¿Cuánto tiempo crees que podríamos estar con eso? ¿Una horita?
Bueno, ya ves, que el golpe no me ha afectado a la cabeza. Escríbeme en cuanto puedas. Todavía estoy sin móvil. Me están haciendo un duplicado de la tarjeta.
Te echo mucho de menos. Rubén, tu niño.

PD: Quiero que practiques con “La boheme”. He estado pensando que sería increíble follar y conseguir corrernos en el punto álgido del dúo de Rodolfo y Mimí. Ya sabes cual te digo , minuto 0.40 del “O soave fanciulla”


El alma me va a explotar. En cachitos. De alegría, de gusto, de calor, como fuegos artificiales. Y acabarán desperdigados por el portal, en la cafetería del hospital, en la panadería. Va a ser imposible recuperarlos.

(Fragmento del libro "Manual Espasa de langostinos, untes y dedos")

lunes, 10 de noviembre de 2008

Te diría

Te diría que te quiero.

Que tu sola presencia hace que una sonrisa conquiste mi cara.
Que cuando me explicas las cosas y entrecierras los ojos quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Que cuando te veo sufrir mataría.
Que cuando tomas mis manos entre las tuyas me dan ganas de llorar un mar.
Que cuando no se de ti me muero.
Que tus besos me desnudan como si fuera un niño.
Que cuando oigo tu sonrisa este puto mundo se vuelve maravilloso.
Que si enfermas no duermo.
Que cuando me llamas mi corazón se para.
Que si no lo haces muero de nuevo.
Que muero de celos cuando hablas con otro. Y le envidio.
Que soy el hombre más afortunado del mundo cuando te veo dormir a mi lado.
Que no hay día malo cuando despierto junto a ti.
Que explorar tu cuerpo me llevaría una vida.
Que besarte lo es todo.
Que no imagino una vida sin ti.

Pero no te lo diré. No me atrevo.
(Fragmento del libro "¿Imbécil, idiota y enamorado? Lo tienes todo")

jueves, 9 de octubre de 2008

Control de acceso

El timbre sonó dos veces antes de que Sofía se levantara a abrir, con la laxitud matutina aún pegada a sus músculos. Era un hombre de unos 50 años, pelo cano y barba espesa, vestido con un mono beige con rayas rojas a los lados de las mangas, lo que le daba un aspecto de aviador de los 50.
- Buenos días, señorita. Vengo a instalarle el sistema de control de accesos que ha contratado usted.
Sofía sacudió con disimulo sus piernas alternativamente intentando que el sopor de la noche meditabunda, de sueño esquivo, se evaporase. Le dejó pasar mientras estiraba sus brazos.
- Bien, veamos. Usted quería que le informáramos sobre las alternativas. No sé si ha visto nuestro catálogo, pero contamos con varias posibilidades. El sistema más barato es el de control de huella digital, que puede ser por presión del dedo, o bien con un escaneado a distancia. La ventaja del escaneado es que puede evitar el contacto del dedo, algo que en ciertas situaciones agradecerá.
Sofía no pudo sortear una tenue sonrisa que intentaba no dejar asomar para mantener la pose de seriedad ante su interlocutor.
- ¿Y qué desventajas le ve usted a ese sistema?
- Yo no diría desventajas, pero dadas las especificaciones que nos hizo en su solicitud me temo que este producto podría quedarse un poco, ¿cómo decirlo? Corto para usted. Vamos, que no analiza tan profundamente las, ejem –el aviador carraspeó ligeramente- características que busca.
Sofía asintió levemente para invitarle a seguir. Un pequeño escalofrío se coló por su camiseta y la imagen de unas yemas huyendo de su piel le arrancó el calor que aún mantenía de las sábanas.
- Tenemos también el reconocimiento de iris, que detecta perfectamente ciertas patologías, pero que tiene un margen de error demasiado elevado para garantizar su seguridad.
- Yo pensaba que las miradas no mentían.
- Eso piensan muchos, señorita, pero los ojos saben engañar casi tan bien como las bocas. Y después tenemos el reconocimiento facial, que no le recomiendo porque a usted no le interesan los patrones físicos, por lo que veo en el impreso.
- Parece usted saber bien lo que necesito, así que dígame, qué sistema de control de accesos me recomienda.
El aviador sonrió y Sofía creyó ver que se le arrimaba un poco, acercando un folleto a sus manos casi imperceptiblemente, pero con una cierta firmeza. Observó la foto un momento y alzó la mirada hacia aquel hombre esperando que hablara.
- Pues bien, aquí tiene nuestra última novedad, el Hali 888, el sistema de control de accesos más versátil del mercado. Se basa en el control de aliento, un ligero hálito en la boquilla de apertura, y el detector le hará un informe completo sobre el perfil del presunto intruso.
Sofía echó la cabeza hacia atrás y entornó los párpados, una plúmbea ráfaga los arrastraba hacia abajo. De repente, se sentía muy cansada.
- ¿Y está seguro de que detectará perfectamente los sentimientos de verdad, que podrá encontrar lo profundo, sin etiquetas ni adornos?
El aviador la miró con los ojos muy abiertos y la boca ladeada.
- Señorita, le aseguro que con el Hali 888 ningún intruso se colará en su corazón.
(Fragmento del libro "Suso, hijo, deja los peces" publicado en MNB)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El mundo loco

El día concreto en que sales del vientre de tu madre tiene una importancia relativa para algunos, determinante para otros. Autulio decidió llegar a este mundo un 27 de agosto, casualmente, el mismo día en que su abuelo materno decidió dejarlo. Y digo bien decidió, porque aquella misma mañana, con mucha tristeza pero sin fuerzas para seguir esperando más para ver la cara de su primer nieto, Autulio abuelo, incapaz de soportar el dolor físico y mental que le producía su progresiva enfermedad , se tragó un bote entero de Sumial , se tumbó en la cama y decidió esperar su muerte.
Nadie se planteó otro nombre para aquel niño. Sólo el padre del bebé se permitió hacer una tímida alusión a la condena que ese nombre suponía para un niño tan pequeño que soportaría años de crueles burlas en el colegio y puede que más allá de él. Elena, que tras recibir la noticia del suicidio de su padre, tuvo que pasarse el día sedada y a duras penas pudo dar a luz, sacó fuerzas de Dios sabe dónde y consiguió echarle una mirada que como un rayo perforó directamente las pupilas de su marido y a punto estuvo de dejarle ciego.
Y lo cierto es que tampoco fue para tanto. Desde pequeño se acostumbraron a llamarle Utu , como los tristemente conocidos hutus ruandeses, sólo que en aquella época todavía nadie había oído hablar de aquellas gentes. No fue tan grave. Utu había ido al colegio y como casi todos había sufrido las bromas de su compañeros, pero más frecuentemente por su apellido que por su nombre. Cuando en cuarto de EGB Doña Esther pasaba lista y llegaba a su nombre, Autulio Palomar oía como en un eco, palabras sueltas como “palomitaaaaaa” o “palominooooo” que no se sabía con seguridad de que pupitre provenían pero que tampoco le acababan de hacer daño, ni aquél curso ni los que le siguieron.
Hubo un tiempo incluso, en que aquel extraño y corto nombre, por su originalidad, le ayudó a conquistar alguna que otra chica, así que ahora, Utulio, con su hijo recién nacido en las manos, emocionado como nunca con aquel tacto de piel de bebé y a pesar de que Rosa estaba decidida a ponerle Pablo, como su hermano y futuro padrino del niño, se decidió a hacer un intento por perpetuar el nombre de su abuelo.
- Cariño, el caso es que ahora que lo tengo en brazos, creo que me haría ilusión si le llamáramos como yo.
- Por Dios, Utu, no seas ridículo, ni malo. ¿Que quieres, que todo el mundo se ría de él y de nosotros?
- No sé, Rosa, tampoco es para tanto. Nunca he tenido problemas por mi nombre, si acaso, repetirlo un par de veces cada vez que lo daba por cualquier motivo.
- No digas tonterías. Es un nombre horrible con el que sólo conseguirías que nuestro hijo nos odiara de mayor.
- Es un nombre original que sólo él va a tener y que llevará con orgullo cuando sepa que era el mismo que llevaba su bisabuelo, un hombre honrado como nadie.
- Bueno, no te inventes cosas, que tu abuelo por lo poco que sabemos era un desequilibrado egocéntrico que sin tener la mínima consideración con tu madre , se atrevió a suicidarse en unos momentos en los que todos estaban esperando nada más que buenas noticias.
-Tampoco inventes tú historias. Lo que pasó es que tuvo una debilidad , que no pudo soportar tanto dolor. Es verdad que nadie sabe lo que pasó por su mente en esos últimos momentos ni por qué decidió vestirse con aquella túnica de lentejuelas para morir pero, si fue desequilibrado, sólo lo fue en aquellos últimos momentos. En cualquier caso, el nombre del niño debe elegirse entre los dos, no sé por qué tú vas a tener más derecho que yo. Además tiene razón mi madre, mírale, es clavadito a mí. Mira esos dedos meñiques torcidos, igualitos a los míos, y la frente, equilibrada, despejada.
Rosa, que había visto y asistido a varios nacimientos entre sus hermanas y amigas y sabía cuánto necesitaban los recientes padres confirmar un parecido fuera donde fuese, optó por callarse. No porque no tuviera ganas o fuerzas para seguir discutiendo, sino porque era muy consciente del poder de sus silencios, porque sabía que Utu no podía aguantar esa situación y enseguida claudicaba.
A la noche cuando la comadrona pasó a visitar a la madre del pequeño, ésta estaba dormida pero encontró a Utu de nuevo con él en los brazos con esa mirada de sorpresa, de admiración y de incredulidad que tantas veces había visto a lo largo de su vida.
- Mire qué bonito. No para de moverse. Está claro que, aunque en el físico haya salido clavadito a mí, el espíritu lo tiene de su madre...
- Si, ya me he fijado. Con las manitas en alto todo el rato, parece que va conduciendo una moto. ¿Qué nombre le van a poner?
- Pues su madre quiere ponerle Pablo, como su hermano, el tío del niño. Va a ser su padrino.
- Es un bonito nombre.
- Sí...
- Mi sobrino mayor se llama Pablo también. Un nombre de siempre ¿no? Me gustan los nombres clásicos, ahora a la gente le da por poner nombres cada vez más raros.
Utu no quiso hacer que Sara se sintiera incómoda. La había observado durante el día, un rostro cansado, una expresión tan triste que no había podido ignorar. No quería molestarle contándole que había nombres clásicos y a la vez raros, como el suyo, y que cuando uno había llevado toda su vida un nombre de esos, un nombre que a su vez había llevado su abuelo, se hacía difícil dejar de lado los sentimientos y decidirse por un nombre sencillo, sin más.
- Sí, tiene razón, el mundo se está volviendo loco......
(Fragmento del libro " ¿Bizkaino o Batua? ¡Yo qué sé! ")

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Caricias

Acababa de entrar en el aula, llegaba inusualmente tarde por un problema que había surgido a primera hora en la oficina. Lo hice con cuidado, sin hacer ruido, un poco ruborizado por la hora y otro poco por mi aspecto excesivamente elegante. Casi nunca vestía de traje. Ya no quedaba sitio y Jota me hizo un ademán con la cabeza, como diciendo "lo siento tío, pensé que no venías".
Me dirigí a la última fila saludando en silencio a aquellos compañeros de cursillo con los que llevaba ya unas cuantas horas compartidas. Horas de clase, trabajo en grupo, presentaciones ante el resto,...Me senté sólo, en mi cabeza aún resonando la bronca que acababa de tener por teléfono. Saqué los apuntes y la pluma con la que siempre tomo notas. Me acostumbré en la carrera a usarla. Según mi amiga Ana resaltaba mi escritura redondeada y silenciosa. Al levantar la mirada la vi mirarme de reojo.

Me había fijado en ella desde el día que la vi entrar tarde y nuestras miradas se cruzaron por casualidad. Me sonrió. Me pareció muy atractiva. Por desgracia nos pusieron en grupos separados y apenas habíamos cruzado dos palabras en estos dos meses.

La vi sonreír de nuevo, como si acabara de recordar algo, a la vez que se retiraba el pelo de la cara, con un movimiento que acababa en su nuca. En ese instante comenzó el embrujo. Con la mayor delicadeza del mundo comenzó a jugar con su pelo, haciendo y deshaciendo imaginarios nudos. No pude apartar la mirada de su mano acariciando un pelo negro, oscuro como una noche sin día. Nada en el mundo podría resistir esas caricias, ni la roca más dura ni el ser más perverso.

Volví a ser un niño en el regazo de mi madre mientras cantaba y jugaba con mis rizos; a las lecturas bajo las sábanas a la luz de una linterna; a mi adolescencia de explorador con Julia, que me tocaba y el mundo se fundía mientras me hundía en sus brazos; al abrazo de mi amiga Laura, rota por el dolor de la pérdida. A todos esos momentos en los que el amor, la emoción, la pasión, la tristeza, te hacen sentir vivo. Me recordó qué una vez sentí.

Desde entonces, cada vez que la veo, sólo deseo besarla y que sus manos acaricien mi pelo y mi alma.

(Fragmento del libro "Jacinto, saca la escopeta que viene tu yerno" publicado en MNB)

jueves, 17 de julio de 2008

Saúl

Desnudar ha sido siempre una palabra hermosa y demoledora, que asusta y enaltece, que envilece y dignifica.
Desnudar es despojarse de la ropa, pero también despojar a algo de lo que lo adorna, o incluso desprenderse de algo.
Por eso uno puede desnudarse de las pasiones y las emociones, o desnudar los altares, o desnudarse a sí mismo o desnudar a otro, que siempre es mucho más bello.
A mí, sin embargo, siempre me gustaba más la acepción de Saúl.
A veces venía a mí, con sus rizos rubios, tan parecido a mamá y tan poco a nosotros, con su piel clara y me extendía sus piececitos enfundados en aquellas playeras tan pequeñas y me decía: “¿me desnudas los cordones?”.
Yo nunca le corregía porque me llenaba de ternura y siempre me hacía reír, pero mamá le chivaba por detrás la corrección y él me miraba y musitaba bajito.
Yo pensaba para mí, sí, ahora mismo te los desnudo, y no podía evitar reírme.
Dedicado a Peio
(Fragmento del libro "sopas y sober, no va a poder ser")

lunes, 7 de julio de 2008

Las estrellas de Tristán

Bajó las escaleras corriendo, como un torbellino, excitado. Era una noche de luna llena. Llevaba su jersey de lana azul, vaqueros, su linterna, un saco de tela y una pequeña bolsa de cuero.

- ¿Qué llevas ahí Tristán? - Preguntó levantando la mirada del lienzo.

- Es un polvo de hada muy especial -contestó muy serio mirando a su amada -, que va a ayudarme a conseguir tu regalo de cumpleaños.

Ana sonrió, Tristán la llenaba siempre de ternura cuando la miraba con aquellos enormes ojos negros y le contaba una de sus imaginadas historias.

- No tardes, no me gusta que salgas de noche. Ten cuidado.

"No hay problema", pensó. Conocía a la perfección los bosques en los que se había criado.

- Sí mi princesa - respondió divertido mientras la besaba en la mejilla y ella se ruborizaba. Siempre que la besaba lo hacía, desde la primera vez.

Cuando Ana acabó de limpiar los pinceles se dejó caer en el sofá. Se sirvió una copa de vino que degustó lentamente y puso música de fondo ("hurt" de Johnny Cash) antes de elegir las fotos de su próxima exposición.

Escuchó la puerta y a Tristán.

- Prométeme que no vas a mirar - dijo antes de darle tiempo a girarse-, ¡cierra los ojos!

-¿Pero qué...?

- No seas petarda, ciérralos.

- Está bien...¿vas a tardar mucho?

- No, ya está. Ábrelos, éste es tu regalo.

Abrió los ojos. El salón estaba a oscuras pero encima de la mesa, suspendido en el aire, había un objeto no más grande que una manzana que despedía una tenue pero cálida luz. Se quedó paralizada y se llevó una mano a la boca mientras las lágrimas empañaban sus ojos.

- Te dije la primera vez que te vi que te regalaría una estrella. Y aquí está.

Ana se giró, le abrazó y besó definitivamente, para siempre, con la certeza de amar al hombre más extraordinario del mundo.

Pero Tristán no trajo una sola estrella, sino tres. Cómo lo hizo, un misterio".

(Fragmento del libro "Qué guapa te pones cuando compones" publicado en MNB).

miércoles, 25 de junio de 2008

Lluvia

Lluvia.
Frío.
En días así me gusta pasear por las calles desiertas de París, que tienen la ¿virtud? de acentuar las soledades de los pocos que las transitamos. La fina lluvia en la cara, los pasos lentos, casi parsimoniosos, y la mente a miles de kilómetros pese a caminar junto al Sena. En el corazón de África, de donde acabo de regresar y a donde fui huyendo de todo.
¿Qué habrá sido de ellos?
Pobre gente, pobres niños. Vamos allí, con nuestras batas blancas y nuestras medicinas y en cuanto la cosa se pone fea les abandonamos de nuevo. Y aun así sólo quedan sus miradas de agradecimiento.
Y culpa. Qué mierda.
Y el corazón, ¿qué habrá sido de él? No sé nada de él desde hace demasiado.
Necesito volver y sentirme vivo, como cuando me miraba en aquellos ojos verdes que se fueron hace mucho tiempo. Quizás ayudo a otros porque no fui capaz de ayudarle a ella y así llenar gota a gota el mar de vacío que dejo su muerte...
Debo volver.
(Fragmento del libro "Este paragüas no tapa ná" publicado en MNB)

lunes, 23 de junio de 2008

Quemado

Me gustaría ver su rostro quemado. Le miro e imagino que un lado de su cara (nunca me pongo de acuerdo sobre cuál de ellos) está quemado. Un accidente desfigura su cara adhiriendo sobre su mejilla una plasta de piel ensortijada y rosácea. Yo se la besaría con ternura, cicatriz de su propio corazón, la herida de fuego que me traería la calma. La acariciaría con el torso de mi mano y le amaría aún más porque mi amor sería mucho más valioso. Ellas ya no le mirarían por la calle, su esperanza de encontrar una mirada de soslayo una noche en un bar, de que alguna jovencita le ofreciera su cuerpo para experimentar el encuentro con una piel experimentada, se esfumarían. El miedo ya no me paralizaría a cada segundo en que sé que voy a perderle. Le veo mirar a otras por la calle, de reojo en el restaurante, por encima de mi hombro mientras me abraza. Sé que lo único que le retiene a mi lado es ella; mientras siga enganchado a su estela, sin poder librarse de ese amor que le ahoga; mientras no pueda redimirse de ese fiel pañuelo de seda que estrangula su cuello, yo estaré salvada. Me necesita para poder seguir amándola, y cuando al fin deje de hacerlo yo seré junto a ella un resquicio de su pasado y me abandonará. Buscará a otras, empezará de nuevo, nos olvidará a ambas.

Cuando la angustia me atenaza por la noche, cuando incapaz de dormir, con la garganta rasposa y el corazón latiendo de puro temor, recreo el momento en el que se acerca a una de ellas e intenta llevársela a la cama. A veces le encuentro mirándome con una ternura infinita, con el brillo de las miradas de los humanos a los cachorros, y me besa en la frente mientras agarra con fuerza mis mejillas con sus dos manos, y después en los labios, metiendo su lengua y su saliva de sabor a arce. Me agarra la cara y no suelta mis labios, como sabe que me gusta, me produce cosquilleos entre las caderas y a la altura de mis últimas vértebras sin dejar de mirar mis ojos abandonados. Y lo sé. Sé que lo está pensando. Sé que le traiciona la mirada que él cree controlar y no puede dejar de figurarse el momento en que no querrá volver a verme. Entonces imagino su cara quemada. Y me sereno.

Él cree que mis pupilas se sosiegan por su amable gesto al concederme lo que silenciosamente le pido; cree que reteniendo mi rostro entre sus dedos brincaré como una chiquilla con caramelos inesperados. Yo le respondo acariciando despacio el lado de su mandíbula donde sueño el final de esas raíces enhebradas y tortuosas, subiendo hasta su nariz por donde ramifica la cicatriz monstruosa, pellizcando débilmente sus quistes enrojecidos, palpando las protuberancias engarzadas entre sí. Y debo de iluminarme con tal dulzura que él consigue calmar su conciencia y amarrar mis pechos entre sus manos, mientras yo rozo mi pómulo suave con su áspera cicatriz soñada.
(Fragmento del libro "¡Yatá!¿Cómo yatá?")

domingo, 15 de junio de 2008

Coffee tales

Me encantaba el café de aquel bar, aromático, cremoso, fuerte pero suave a la vez. Durante los años en que trabajé en la embajada acudí fecuentemente, buscando su café, para ojear los periódicos por las mañanas, muy temprano.
Fue uno de esos días cuando reparé en aquella pareja; ella era la viva imagen de una de esas actrices que ya no existen, alta y con estilo...¿cómo lo llaman los anglosajones? Ah, sí, charming. Él muy delgado, fumador incansable, vestido casi siempre de negro a juego con sus gafas de pasta.
Aquel día no me atraía demasiado la prensa, una migraña reincidente, y jugueteaba con el sobre de azucar perdido en mis pensamientos. Oí una carcajada. Sincera, enorme, con alma de niña de cinco años y cuerpo de una mujer de unos 30. El camarero y yo nos giramos curiosos y la ví; se tapaba la boca con una mano y su mirada decía "perdón, lo siento".
No hay nada que perdonar, pensé. Ojalá escuchara más a menudo una risa como aquella.
En ese instante él comenzó a recriminarla cariñosamente entre risas y no pude dejar de escucharles.
- ¡Laura, no tiene gracia!
- Tú también te estás riendo.
- Sí, pero no tiene gracia.
La conversación continuó entre risas aunque no oía bien. Hablaban del último ligue de él para regocijo de ella. Más allá de la conversación, sin demasiado interés, me quedé absolutamente prendado de cómo ella le miraba. Sus ojos le acariciaban, confortaban, animaban, bacilaban y reñían a cada momento, reaccionando ante su relato, a la vez que sujetaba una taza humeante y enorme de café con leche. A sus mirada acompañaba de cuando en cuando una voz que casi nunca usaba, limitándose a escuchar y reir casi siempre.
Después de aquel día coincidí con ellos apenas dos o tres veces más. En todas ellas se repitió la escena, en todas dejé de leer y les escuché, miré y envidié. Y todavía hoy les envidio. ¿Seguirán siendo los dos mejores amigos del mundo?
Seguro que sí, ya lo creo que sí.
Dedicado a la otra.
(Fragmento del libro "¡Que sea la última vez que te dejas el gato fuera!" publicado en MNB).

viernes, 13 de junio de 2008

The beloved dragon

Afortunadamente ya no uso corbata a diario.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que la llevaba todos los días. Nunca he sabido hacerme el nudo, pese a los esfuerzos por enseñarme de mi madre (mi padre tampoco sabe). Pese a mi inutilidad, llevaba siempre una corbata con un nudo y aspecto perfectos, a juego con la medio sonrisa que se dibujaba en mi cara cuando pensaba que nadie miraba.
En esos momentos, recordaba el sonido del despertador y mi movimiento apresurado para apagarlo y que ella no se despertara; salir suavemente del refugio de las sábanas camino de la ducha y vestirme casi a oscuras, salvo la corbata. Un desayuno a base de café, sólo café, sentado en la cocina.
En ese momento la veía levantarse, desnuda, moviéndose como los gatos, sin apenas tocar el suelo, los ojos entrecerrados. Cogía una corbata de mi armario y la veía frente al espejo colocarla alrededor de su cuello y realizar el ritual, lento y ceremonioso, de hacerse el nudo bajo la atenta mirada del dragón.Cuando acababa me miraba con su profunda sonrisa, se acercaba despacio aflojándola y colocándola bajo los cuellos de mi camisa.
Al acabar, cogía mi cara entre sus suaves manos y, mirándome fijamente, me besaba como si fuese la primera vez. Por eso sonrío cuando nadie mira."
(Fragmento del libro "los maravillosos 52 años que pasé junto a la chica del dragón", publicado en MNB)

lunes, 9 de junio de 2008

Miradas

Fui transparente a tu mirada durante casi toda una vida. Nos conocíamos desde la guardería. Ya entonces me mirabas con esos ojos negros que hacían desaparecer el mundo, anudaban mi estómago y cortaban mi respiración. Una vez me miraste durante un minuto y sus sesenta segundos y estuve una semana pálido como la leche, tanto que mi madre pensó que me había vuelto albino.
Acompañe a esos ojos en el colegio, el instituto, la universidad.....si recorro este camino tan rápido es porque tus ojos no eran mios, eran de otros. Pese a ello nuestra amistad continuaba silenciosa, nacida en el inicio de los tiempos, amistad de alma, remota.
Sin embargo, un día, el de tu 33 aniversario, tus ojos me miraron. Como aquella vez en la guardería. Pero esta vez se quedaron en mí. Fui absolutamente feliz durante un día.
Al día siguiente cesé actividad (un desacuerdo con el destino, me morí vamos). No lloraste, no dijiste nada. Viniste a despedirte vestida de negro, con un velo de amistad viuda. Tus ojos seguían siendo mios y, lejos de apagarse o entristecerse o llorar, me dieron el beso de despedida más maravilloso de todos los tiempos y de todo el universo. Y me lo llevo, para siempre"

(Fragmento del libro "Sábado noche en el Marzana, ¿hay un sitio mejor en el mundo?" publicado en MNB)

domingo, 8 de junio de 2008

Pasos de baile

"Recuerdo cuando bailabas sóla, riendo despacio, imaginando a tu principe azul cerrando con fuerza los ojos. El mismo príncipe que ahora mismo está frente al televisor - hoy hay partido de nuevo - bebiendo cerveza y que ni siquiera te ve. Le miras, cierras los ojos y vuelves a bailar. Y vuelvo a verte sonreir."

(Fragmento del libro "¡No, si ya me lo decía mi madre..!" publicado en MNB)

martes, 3 de junio de 2008

Ponte mi chaqueta

Sonreías nerviosa, ansiosa por verla. Tu amiga se casa, dentro de 10 minutos. Se retrasa.
El novio se frota las manos, la expresión dura, una mueca congelada en el tiempo.Te miro.
Observo como saludas a los amigos, a los de verdad. A los que conoces desde hace más de la mitad de tus días. A los que tocas, abrazas y besas, todo en un sólo gesto.
Nuestras manos se entrelazan fugazmente en el cruce de saludos y corrillos de animada charla. Noto que tu calor se ha ido disipando, como si te fueses apagando. Veo tu piel, erizada por el cortante viento que sopla en Vitoria esta tarde de verano. No dudo, me da igual la etiqueta, las normas y el qué dirán. Me quito la chaqueta mientras me dirijo hacia tí.
El movimiento capta tu atención, y te quedas mirándome fíjamente mientras me acerco. Con esa forma que tienes de mirarme que para el tiempo y mi respiración. Sin darte tiempo a preguntar qué hago la coloco sobre tus hombros mientras rozo tu mejilla con mis labios.
- Toma mi chaqueta, hace frio.

(Fragmento del libro "La Nata, ¡que se nos casa!" publicado en MNB)

viernes, 30 de mayo de 2008

Nieve

Huellas en la nieve, tan blanca, tan impoluta y los pequeños agujeros negros destacaban aún más ese fulgor. Paula pelaba patatas junto a su madre en la cocina. Habían hecho fuego pero aun así sentía el frío atenazándole los dedos húmedos. Miró a su madre, su pañuelo negro, su rostro serio y apagado y las manos ya torpes del reuma. ¿Acabarán mis manos petrificadas como las suyas?, se dijo, dejando escapar un sonoro suspiro sobre las mondas de patata. Su madre la miró con un cierta desaprobación y continuó silenciosa su tarea.

Con las piernas ateridas de la inmovilidad Paula se levantó y echó las mondas en la caldera para los cerdos. El silencio le pesaba como una losa, cuándo volverían sus hermanos del campo, y su padre... Una sonrisa emergió a su rostro como un inesperado soplo de luz. Su padre el de la risa alegre. Su padre al que nunca se parecería ella, tan poco habladora, tan apagada. Le pareció oír un grito lejano y miró a su madre asustada, pero ella no había movido un solo músculo. A Paula nunca le había asustado el trabajo pero algo la hacía resistirse a volver a su sitio y continuar pelando. Una inquietud que flotaba en el aire y parecía haberse congelado como el vaho de su garganta.

-¿No ha oído eso madre?
- Sólo he oído a las vacas y a ti moviéndote de un lado para otro.
- Era un grito, yo he escuchado algo como...
- Algún niño o un pájaro, deja de soñar despierta y trabaja un poco que no está el día para andar quieta.

Eso era lo que no podía hacer ella, estarse quieta, se le movían los pies como grillos. El aire estaba tan denso que apenas podía respirar, el olor de las patatas se le clavaba dentro, le absorbía el corazón. ¿Qué me duele? Pero no dolía por fuera, era algo que la arañaba por dentro. Se asomó a la ventana buscando ese espacio que le faltaba pero la blancura de la nieve la abrumó aún más. Y las huellas. Huellas inmaculadas sobre esa nieve blanca, como bocas que la llamaban. ¿De dónde habían venido esas huellas que parecían perderse en la nada?

- Madre, voy a por agua a la fuente.
- Aún tenemos agua, ya irás a la hora de comer.

Paula tragó saliva. Agua. Hay que ir a por agua, allí era donde llevaban las huellas, a la fuente. Quería gritar, madre tengo que ir corriendo porque huelo el miedo en el aire. Madre, me voy diga usted lo que diga porque tengo un dolor en el pecho que no es mío, que alguien me lo envía. Pero calló y se tragó la angustia, sin dejar de mirar las huellas en la nieve. No supo cuánto tiempo pasó así, pasmada de pie, mirando el infinito y esperando que ocurriera algo pero cuando ocurrió le pareció haber estado sumida en el más profundo de los sueños. La puerta se abrió de golpe, sin llamadas y una figura negra apareció en la puerta, sonrojada, sin aliento, con las arrugas tan profundamente clavadas que parecieran cuchillos.

- Ay, Isabel, que no la encuentro.
- Pero qué es lo que ocurre que vienes así.
- No encuentro a mi hija, a Adela. Se me fue a la mañana a la fuente y no ha vuelto. Vengo de allí pero no está, y con este frío...

Paula callaba con la boca abierta, aire entra en mí, déjame respirar. Las dos mujeres la miraron buscando una respuesta, ella, su amiga tenía que saber. Sabía, sí, sabía que no quería saber, que no quería imaginar.

- Ahora mismo vamos a buscarla, hay que llamar a los hombres. A ver si se ha mareado o algo y está en algún camino. Paula, tú te vas al prado a buscar a tu padre y tus hermanos, nosotras vamos a la casa de arriba.

Paula sintió que las palabras buscaban salida en la sequedad de su garganta.

- Las huellas, habrá dejado huellas...
- Ay, sí las vi, hacia abajo, hacia el río. Pero seguro que no ha ido allí, con este frío.

Paula sabía que corría por el camino aunque le pareció el correr más lento de toda su vida. La nieve se le colaba hasta los pies, mojaba sus medias de lana pero ella no dejó de correr hasta que vio a su padre a lo lejos, cortando leña con su hermano mayor. Ella gritó con todas sus fuerzas, con unas fuerzas que alguien parecía estar arrojándole, no era ella la que gritaba y lo sabía.

- Pero mi niña, qué pasa.
- Es Adela, ha desaparecido.

Al ver a su padre toda la angustia contenida pareció encontrar su cauce y las lágrimas brotaron por sus mejillas a borbotones mientras él la estrechaba entre sus brazos.

- Pero muchacha, ya verás como no es nada, que andará por ahí.

Pero el silencio que les acompañaba hacia la fuente decía algo muy diferente. Cuando llegaron a la fuente sólo había mujeres allí. El resto de los hombres ya había bajado hacia el río en pos de unas huellas que cada vez parecían más negras y más profundas. Ellos también bajaron, la neblina les envolvía como respirar de espíritus y hasta los pájaros habían callado. Paula quería bajar con los ojos cerrados, no podía soportar ver más huellas de aquellos pequeños pies. Los pies más pequeños del pueblo, como las japonesas, decía su padre, porque en los libros contaban que los japoneses preferían a las mujeres de pies diminutos y hasta se los vendaban para que no crecieran. A Adela la querrían todos, seguro. A ella no con sus anchos pies hinchados, pero los pies de Adela... clavados todo el camino, solos, huellas únicas pintando la nieve.

Desde la colina se veía el movimiento de la gente abajo, pero no se oía nada. Por qué tanto silencio, por qué no había cantos de pájaro, rumor de agua. Hasta el río callaba. Precipitaron el paso y Paula miró a la madre de Adela, nunca le había parecido tan vieja, con su vestido negro, la chaqueta que apenas cubría su cuerpo delgado, más menuda aún que Adela, diminuta ahora.

Intentó volver al primer recuerdo que guardaba de Adela, pequeña, agarrada de la mano de su madre, con su chaquetilla marrón y la trenza castaña. Y esos ojos verdes tan inmensos, tan preciosos. Qué niña tan guapa, decían todos, y la miraban a ella y callaban. Siempre estaban juntas, como hermanas, esa hermana que ninguna de las dos tuvo nunca. Tan diferentes y tan hermanas. Adela le enseñó a deslizarse por el prado dando vueltas sobre sí misma, Adela mataba las culebras por ella, y Paula a cambio le leía los libros de su padre, le contaba las historias que había oído en casa y que Adela escuchaba fascinada. En su casa nadie contaba historias, nadie se reunía de noche frente a un fuego a remontarse a países lejanos. Adela, la única que se metía en el río en verano de golpe, la que reía mientras lavaban. Adela, la amante del agua. Adela... Un grito se paralizó en la garganta de Paula que miró a su padre asustada.

- Se ha tirado al río ¿verdad?

Él la miró desconcertado como si aquel pensamiento que flotaba en el aire nunca debiera haber sido vestido de palabras, la miró intentando borrar lo imborrable, lo que ya estaba dicho y no podría esfumarse. Pero ni siquiera pudo contestar porque habían llegado abajo y la gente ya lo sabía. No podemos haber llegado, no estamos aquí, Adela está en casa esperándonos, preocupada de nuestra tardanza. No estamos.

Paula miró fijamente hipnotizada. La sacaban del río entre varios hombres y la levantaron sobre sus cabezas. No pudo ver su cara, sólo su falda levantada que le cubría el rostro como una mortaja, sus piernas amoratadas y el cabello cayendo entre los refajos. Quería correr hacia ella y despertarla, mirarle su cara sonrosada pero ni siquiera podía moverse. Le temblaban los labios del frío y estaba absorbiendo la sangre que caía por una de sus comisuras sin darse cuenta. Se había mordido de los nervios, se había clavado las uñas en la mano y ahora no era capaz de moverse. Entre las brumas del río oía gritos que ya no eran de espíritus y el cuerpo había descendido hasta el suelo, el cuerpo de un hada, recostado sobre la hierba alba.

Más tarde alguien dijo que el agua ni siquiera había llegado a sus pulmones, que había muerto de la impresión, de un paro cardíaco. Paula la imaginó arrojándose a la presa, volando como una meiga y deslizándose dulcemente a la suavidad del agua como un pétalo. Su padre dijo entre dientes que era como Ofelia, aunque ella no sabía quién era esa Ofelia, quizá otra muerta del pueblo. Cabizbajo hablaba para sí y miraba a Paula con una absorción que a ella la asustaba. Pero el miedo era de él y ella nunca lo sabría, porque Paula soñaba con Adela volando pero él soñaba que era Paula la que volaba. Y prometió que mientras él viviera su hija no iba a volar así nunca.

Nadie volvió a oír hablar a la madre de Adela en mucho tiempo. Tampoco nadie volvió a ver a el Negro, que se había ido a las Américas, que era marinero, que se había hecho feriante y andaba con los gitanos por los pueblos... El padre de Adela nunca se reunió con ellos en las noches de cuentos, trabajaba y callaba y el silencio se cernió sobre esa casa como una losa inamovible. Ese silencio que ya había matado una vez los estaba envenenando y consumiendo poco a poco, absorbiendo el flujo de sus venas hasta dejarlos tan secos como la piel de la que un día había sido su hija.

(Fragmento del Libro "Mira que eres animal, Marcial")