lunes, 23 de junio de 2008

Quemado

Me gustaría ver su rostro quemado. Le miro e imagino que un lado de su cara (nunca me pongo de acuerdo sobre cuál de ellos) está quemado. Un accidente desfigura su cara adhiriendo sobre su mejilla una plasta de piel ensortijada y rosácea. Yo se la besaría con ternura, cicatriz de su propio corazón, la herida de fuego que me traería la calma. La acariciaría con el torso de mi mano y le amaría aún más porque mi amor sería mucho más valioso. Ellas ya no le mirarían por la calle, su esperanza de encontrar una mirada de soslayo una noche en un bar, de que alguna jovencita le ofreciera su cuerpo para experimentar el encuentro con una piel experimentada, se esfumarían. El miedo ya no me paralizaría a cada segundo en que sé que voy a perderle. Le veo mirar a otras por la calle, de reojo en el restaurante, por encima de mi hombro mientras me abraza. Sé que lo único que le retiene a mi lado es ella; mientras siga enganchado a su estela, sin poder librarse de ese amor que le ahoga; mientras no pueda redimirse de ese fiel pañuelo de seda que estrangula su cuello, yo estaré salvada. Me necesita para poder seguir amándola, y cuando al fin deje de hacerlo yo seré junto a ella un resquicio de su pasado y me abandonará. Buscará a otras, empezará de nuevo, nos olvidará a ambas.

Cuando la angustia me atenaza por la noche, cuando incapaz de dormir, con la garganta rasposa y el corazón latiendo de puro temor, recreo el momento en el que se acerca a una de ellas e intenta llevársela a la cama. A veces le encuentro mirándome con una ternura infinita, con el brillo de las miradas de los humanos a los cachorros, y me besa en la frente mientras agarra con fuerza mis mejillas con sus dos manos, y después en los labios, metiendo su lengua y su saliva de sabor a arce. Me agarra la cara y no suelta mis labios, como sabe que me gusta, me produce cosquilleos entre las caderas y a la altura de mis últimas vértebras sin dejar de mirar mis ojos abandonados. Y lo sé. Sé que lo está pensando. Sé que le traiciona la mirada que él cree controlar y no puede dejar de figurarse el momento en que no querrá volver a verme. Entonces imagino su cara quemada. Y me sereno.

Él cree que mis pupilas se sosiegan por su amable gesto al concederme lo que silenciosamente le pido; cree que reteniendo mi rostro entre sus dedos brincaré como una chiquilla con caramelos inesperados. Yo le respondo acariciando despacio el lado de su mandíbula donde sueño el final de esas raíces enhebradas y tortuosas, subiendo hasta su nariz por donde ramifica la cicatriz monstruosa, pellizcando débilmente sus quistes enrojecidos, palpando las protuberancias engarzadas entre sí. Y debo de iluminarme con tal dulzura que él consigue calmar su conciencia y amarrar mis pechos entre sus manos, mientras yo rozo mi pómulo suave con su áspera cicatriz soñada.
(Fragmento del libro "¡Yatá!¿Cómo yatá?")

5 comentarios:

Elena dijo...

Cielo santo Runrún, qué cosa tan triste. La protagonista de mi relatillo anterior es alguien derrotado, pero tu protagonista es alguien rendido, mucho más desolador.

Es admirable la limpieza de tu prosa, y no es la primera vez que te lo digo. Es una prosa muy compleja, pero de puro depurada.

A pesar de la oscuridad, creo entenderlo todo, incluido el extraño deseo de ella (¿cómo no entenderlo dados su miedo y su dolor?), pero no sé si se me escapa ese enganche de él asociado a que ama a otra.¿Está con ella para colmar una seguridad que le arrebata ese otro amor no correspondido o imposible?, ¿ella es el espejo mismo de su fracaso y el día que deje de amar a la otra la dejará a ella?. Siento ponerme lógica, espero no estar incurriendo en una simpleza al intentar comprender la alusión a esa otra mujer -más állá de las muchas que desea- a la que ama de verdad, pero me resulta muy extraño y temo no haber captado algo.

runrun dijo...

En realidad este relato es un fragmento de la novela, y puede que por eso te dé la impresión de que se te escapa algo. Pero en realidad es una pequeña historia en sí misma y no necesita del resto. Yo no creo que ella esté rendida, todo lo contrario, aunque sepa que vive al filo del abandono ni por un segundo piensa en huir para salvarse. Por mucho que él le diga que va a dejarla, ella no intenta esconderse y apenas pertrecharse. No creo que pueda concebirlo de otra manera. Pero tiene miedo, no de la mujer que él ama y que en realidad al rechazarle le ha acercado a ella, sino de las demás a las que puede amar. Y miedo sobre todo de sí misma y lo que es capaz de desear. ¿Qué es el amor sin un poco de miedo? Hay un poema de Benedetti que se titula "No te salves" que además de ser maravilloso refleja perfectamente a lo que me refiero.

Muchas gracias por lo de la prosa, me limito a dejarla fluir. Y sí, es muy triste, como lo es a veces la vida y el amor. Menos mal que no siempre es así...

runrun dijo...

En realidad este relato es un fragmento de la novela, y puede que por eso te dé la impresión de que se te escapa algo. Pero en realidad es una pequeña historia en sí misma y no necesita del resto. Yo no creo que ella esté rendida, todo lo contrario, aunque sepa que vive al filo del abandono ni por un segundo piensa en huir para salvarse. Por mucho que él le diga que va a dejarla, ella no intenta esconderse y apenas pertrecharse. No creo que pueda concebirlo de otra manera. Pero tiene miedo, no de la mujer que él ama y que en realidad al rechazarle le ha acercado a ella, sino de las demás a las que puede amar. Y miedo sobre todo de sí misma y lo que es capaz de desear. ¿Qué es el amor sin un poco de miedo? Hay un poema de Benedetti que se titula "No te salves" que además de ser maravilloso refleja perfectamente a lo que me refiero.

Muchas gracias por lo de la prosa, me limito a dejarla fluir. Y sí, es muy triste, como lo es a veces la vida y el amor. Menos mal que no siempre es así...

Elena dijo...

Gracias por la explicación Runrún. Conozco el poema, que me gusta mucho, pero precisamente ajustándome a él, me parece que ella debería (no hablo en términos éticos sino estéticos) marcharse; creo que su intentar salvarse, su huida, se concreta en el hecho de que siga junto a él.

¿Te parece que no es esconderse ni pertrecharse desearle quemado, sólo posible ya para ella, indeseable para las demás?. No sueña ya con sentirse libremente elegida, sino tristemente necesaria.

Para mí el poema de Benedetti habla del coraje del amor y no del miedo, porque lo único que se teme en él es que algún día nos volvamos cobardes (sigamos juntos incondicionalmente, aunque la persona amada se haya quedado ya "inmóvil al borde del camino", nos salvemos, nos conformemos...).

Un abrazo.

runrun dijo...

Tienes razón, aunque amar incondicionalmente sea una manera de no salvarse el miedo que atenaza también es un refugio.

No te preocupes por nuestra heroína, ella no se conforma y aprende que los caminos pueden ser retomados.Pero esa es otra historia.