El Mercader apareció con su mirada saliendo bajo el ala del sombrero, se percató de mi presencia y esbozó una leve sonrisa a modo de saludo. Pidió una jarra de vino y para mostrar sus jubones y buen porte, deslizó hacia atrás la capa que colgaba a modo de bandolera dejando un brazo libre para el manejo de la espada.
Los mercaderes son tipos de pocas palabras. Evitan hablar de sí mismos y dirigen la conversación hacia la persona con la que hablan, creando la atmósfera suficiente para que el encuentro permita hablar de forma relajada, tranquila. Pero El Mercader no estaba allí para iniciar nuevos negocios.
Acababa de llegar a la cantina. Atrás quedó el puerto y el envío de las últimas telas compradas llegadas de la India. Las enviaba por mar a España mientras él viajaba a caballo.
Cuidaba su aspecto hasta el más ínfimo detalle. Los zapatos negros de hebillas doradas estilizaban las piernas fuertes y definidas por las medias, el calzón a juego con la capa y el sombrero. La camisa blanca, amplia y adornada con puntillas según la moda de Flandes, le permitía combatir el calor del mes de julio. La perilla, el bigote y la mosca eran de color negro intenso como el pelo cuyos rizos manifestaban la perfección, que este hombre de leve sonrisa y mirada enigmática, tenía consigo mismo.
Sus manos delicadas y cuidadas esbozaban tanta seguridad en sus movimientos como elegancia. No llevaba joyas pero sí un cordón al cuello con el símbolo de la Orden de Malta, caballeros iniciados que viajaban con frecuencia al Oriente con el fin de liberar los Santos Lugares.
Al sentirse observado, el Mercader, volvió a girar la cabeza buscando el encuentro de mi mirada. Lejos de incomodarse, sonrió y se quitó el sombrero mientras me reverenciaba otorgándome su pleitesía. No pude más que devolverle mi sonrisa ante tan gracioso gesto tan fuera del contexto habitual.
El Mercader aprovechó la ocasión para presentar sus respetos y sentarse en la mesa en la que yo descansaba de tan largo viaje. Preguntó por nuestra procedencia y nuestro lugar de destino. Presentó sus credenciales y el origen de su estirpe. La cercanía del Mercader me permitió deleitarme en su perfume de aceites a base de hierbas frescas y flores de fragancias dulces que contribuían a crear ese halo embriagador que le envolvía.
Al preguntar por mi nombre, sus ojos entraron en los míos manifestando su deseo cautivador, y despertando en mí el rubor indudable de la pasión que no ha sido refrenada y que abría las puertas del cortejo, que esconden las copas tras los brindis de vino.
Fragmento del libro: ¿Tomamos otra copita más?
miércoles, 26 de mayo de 2010
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3 comentarios:
Menudo tio buenorro el mercader!
Bueno... yo diría mucha puesta en escena... habría que verlo desenvolverse.
Seguro que tartamuedea, o tiene voz aflautada...
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