El alma se me va a romper. En cachitos. Se me van a ir cayendo los pedacitos poco a poco por debajo de la falda, trocitos por los azulejos del hospital, por las aceras en las calles, por la moqueta de casa, trocitos repartidos en el camino de casa al hospital y del hospital a casa. Va a ser imposible recuperarlos.
Sara llevaba así ya casi cuatro días, pensando, sintiendo el alma partiéndose. Desde que Rubén había desaparecido. No estaba preparada, ni lo habría estado de ninguna manera, pero sobre todo no estaba avisada. Nada le había hecho sospechar el abandono. Desde que le conoció, sus citas de lunes, jueves y sábados se habían hecho ineludibles, para ella y, Sara creía que para él también.
En realidad, Sara había empezado a bucear en las webs de amistades buscando el hombre con el que quedarse el resto de su vida, buscando lo que todo el mundo esperaba que buscara, probablemente un hombre entre 40 y 50 años y de buena posición. Pero un día, Rubén apareció en la pantalla. Al principio, haciéndola reir, haciéndola pensar, y más tarde, removiendo las verdades y mentiras que tenía interiorizadas sobre el sexo. Fue un proceso muy lento, a Sara le costó aceptar la devoción de un estudiante de Derecho de 25 años. Se entendían muy bien , es verdad, podían hablar de música , de política - aunque invariablemente acabaran discutiendo- y hasta de la existencia del amor, de la felicidad o de Dios. Pero Sara no podía evitar ver algún interés oculto en Rubén, no acababa de fiarse de los halagos de un dios de ojos negros y cuerpo perfecto hacia una cuarentona de piel blanca y arrugas y, aunque en el fondo pensara que era posible que se sintiera atraído, intentaba alejarle hablándole entre risas del complejo de Edipo, acusándole de pervertido, de caprichoso. Todo, para no mostrar su vulnerabilidad, para no hacer evidente el deseo que empezaba a consumirla.
Pasó casi medio año hasta que Sara aceptara tener a Rubén en su casa tres veces a la semana. Nunca salían a la calle juntos, el equipo de música, el ordenador y la televisión formaban su particular mundo y aquello que les mantenía unidos al exterior . Ni ella conocía a las amistades de Rubén , ni éste sabía nada de las de ella. Era un mundo habitado por dos con un equilibrio que llegaba a asustar. Desde que Rubén entraba por la puerta se aferraba a ella. Físicamente.
- Hoy vamos a estar atados toda la tarde. Me voy a atar a ti. Estaba paseando esta mañana por el centro comercial ese nuevo que han abierto por mi casa y he visto un pañuelo que prácticamente me hacía señas. Quizás no sea seda pero tiene un tacto increíble y esos colores rojizos mezclados con el amarillo me han recordado a ti, a mi reina de Saba.
- No digas tonterías. En algún momento me tendrás que soltar.
- Sí, cuando me vaya. Se nos va a hacer un poco más difícil manejar el ordenata y prepararnos algo de comida pero nos apañaremos, seguro.
Y Sara no podía hacer nada. Porque sabía que él siempre le ganaba en las discusiones, que siempre tenía las razones para hacerle ver todo como un juego y, sobre todo siempre encontraba las formas de convencerla para hacer casi todo.
- Mira lo que te he traído. ¿Te acuerdas de aquella versión de Roxane que sale en Moulin Rouge? ¿La de Tom Waits? He pasado por el Fnac y he encontrado el CD superrebajado.
- Si, si, me acuerdo, perfecto para escuchar con el volumen bien alto y que se te pongan los pelos de punta.
- Si, perfecto para afeitarte. Hoy te voy a afeitar enterita, incluidos brazos. Es por probar...una sola vez, que seguro luego te resulta muy incómodo tanto pelito saliendo... No te importa ¿no? Quiero que te desnudes , te pongas esa camiseta amarilla con florecitas y unos zapatos de tacón.
- Eres un degenerado. ¿No tenías mañana examen de Civil?
- Sí, pero es casi seguro que voy a dejarla para Septiembre y además esto es más importante para mí. Y debería serlo también para ti. Creo que fácil me va a llevar una hora. Tengo que poner el tema para que se repita.
Sara ni intentaba llevarle la contraria. Ya habían hablado en muchas ocasiones sobre cuáles eran “las cosas importantes de la vida”, las que merecen la pena y sabía que Rubén tenía las ideas muy claras. Poseía un clarividencia similar a la que parecen adquirir las personas cuando la muerte les llama pero en un último momento no consigue llevarlas.
- Pues la camiseta amarilla está lavándose. ¿Te importa que me ponga algo rojo?
- Bueno, está bien, esa especie de camisón medio transparente estará bien... y vamos a la cocina. Quiero que te subas a una banqueta. Quiero verte desde abajo , como si fueras mi Diosa.
Al principio se sentía rara. Aunque el no haber tenido niños hacía que tuviera el pecho y el culo casi como los de una adolescente, se avergonzaba de mostrar su cuerpo tan a la luz del día, tan de cerca, tan vulnerable, tan frágil. Luego se acostumbró. Y se acostumbró a él. Se acostumbró a sus juegos, a sus locuras , a sus peticiones, a sus deseos.
Si le amaba o no, daba igual. La vida le había ido cayendo sobre los hombros día a día por un lado asentando ideas, costumbres y manías, las que le iban sirviendo para sobrevivir y por otro, rompiendo aquellas que la propia razón y la experiencia demostraba como inservibles. Aquella idea, o idealización más bien, del amor en pareja, ese amor indestructible, incomparable, ese amor donde todo es comprensión y apoyo y buen sexo y buena comunicación y sorpresa hacía unos 10 años que lo había rechazado. También ella tenía las cosas claras para eso. Cada persona te aportaba unas cosas y un ser que tuviera todo eso era inexistente o si existía probablemente no iba a ser para ella.
Si le amaba o no, daba igual. Le necesitaba. Que “no tenía futuro” le habían dicho sus amigas y ella invariablemente contestaba que, en cambio, “tenía presente” y eso le valía más que de sobra.
Pero ahora ya no había presente, al menos con Rubén. No había acudido a su cita del sábado. No le había llamado ni enviado mensaje alguno ni había contestado a los que Sara le había enviado: 15 mensajes y 23 llamadas desde el sábado, siempre con el teléfono apagado o fuera de cobertura. Tampoco tenía ningún email suyo. Se imaginó hasta un Rubén muerto, oculto en una cuneta cubierto de sangre aunque, por pura supervivencia, para no sufrir, había arrojado esa imagen rápidamente de su mente. Era imposible. Había ojeado los diarios del sábado buscando un accidente que le pudiera haber afectado pero nada resaltable parecía haber sucedido.
Eran las 11 y media de la noche y Sara dormitaba delante de la tele tan agotada que apenas logró oír el teléfono cuando sonó. Llevaba 4 días sin distinguir el sueño y la realidad. Pensó en no coger, le parecía una impertinencia llamar a esas horas a las casas pero movida por una esperanza inconfesable acertó a alargar la mano hacia el auricular.
- ¿Sí? ¿Dígame?
- Tía, que haces? Soy yo, Pablo.
- Hola, cariño, estaba medio dormida ¿Cómo llamas a estas horas?
- Tengo un notición que darte, me han dado la beca!!
- Oh, ¿En serio?
- Sí, te he escrito antes un email pero como no contestabas...
- Vaya, Pablo, enhorabuena. Me alegro un montón. Bueno, la verdad es que confiaba en ti desde el principio.
- Uff, sí, pero estaba nervioso, hasta que no lo he visto publicado...
Era su sobrino preferido, el hijo mayor de su hermana Marian. Desde pequeño habían tenido una estrecha relación. Era su confesora, su amiga, su segunda madre, casi más madre que la suya.
- Dios mío! ¿Y cuándo te vas, por cuánto tiempo, cómo está tu madre?
- Tía, no te aceleres. Te lo cuento todo en el email. Mamá, está bien. Total, va a ser un año....
- ¿Y Julio? ¿Que vas a hacer con él?
- No sé, todavía estoy meditándolo. Quiero que me acompañe pero no me atrevo a pedírselo...
- Hazlo, Pablo. Para casi nada se nos presentan dos oportunidades.
- Ya, tía, si tienes razón... Ya te contaré lo que pasa. Te dejo dormir. Y perdona...
- Bien, un beso, cariño.
Instintivamente se levantó hacia el ordenador. La llamada de su sobrino le había desvelado y quería enterarse de los pormenores de esa beca. Ella había sido quien le había animado a presentarse y se sentía feliz.
Casi le explota el corazón cuando al abrir su correo vió el mensaje. Junto al email de su sobrino estaba el suyo:
ruben6780@yahoo.es. Con la mano temblorosa hizo clic en el sobrecito amarillo.
Mi reina de Saba, mi princesa del Ganges, no imaginas lo que he sufrido en estos días. No podía dejar de pensar en ti y en lo que posiblemente estarías sufriendo tú también. Ni siquiera podrías figurarte lo que ha ocurrido.
El sábado cuando iba hacia tu casa me dí un trompazo enorme en la bici con tan mala suerte que el móvil se me fue a la ría. Estoy desde entonces en el hospital inmovilizado, las dos piernas. No sabía cómo contactar contigo. Un día envié a Adrían, mi compañero de piso a buscarte a casa pero no estabas. Y hoy por fin me han conseguido un portátil para poder escribirte. ¿Cómo estás?¿ Me has echado de menos? ¿Qué has hecho en estos días?
Yo estoy bien cuidado. Está por aquí mi madre y algún amigo de la uni aparece de vez en cuando.
He tenido mucho tiempo para pensar en estos días así que prepárate para nuevos juegos. Los he tenido que apuntar en un folio que tengo guardado por aquí. Ya sé que es una tontería pero no dejo de pensar en langostinos, en sentarme entre tus piernas y que me vayas pelando langostinos, los untes en mayonesa y me los metas en la boca y poderte chupar los dedos uno a uno.¿Cuánto tiempo crees que podríamos estar con eso? ¿Una horita?
Bueno, ya ves, que el golpe no me ha afectado a la cabeza. Escríbeme en cuanto puedas. Todavía estoy sin móvil. Me están haciendo un duplicado de la tarjeta.
Te echo mucho de menos. Rubén, tu niño.
PD: Quiero que practiques con “La boheme”. He estado pensando que sería increíble follar y conseguir corrernos en el punto álgido del dúo de Rodolfo y Mimí. Ya sabes cual te digo , minuto 0.40 del “O soave fanciulla”
El alma me va a explotar. En cachitos. De alegría, de gusto, de calor, como fuegos artificiales. Y acabarán desperdigados por el portal, en la cafetería del hospital, en la panadería. Va a ser imposible recuperarlos.
(Fragmento del libro "
Manual Espasa de langostinos, untes y dedos")