Cuando pienso en el día que te conocí recuerdo que pensé cómo sería besarte. No te emociones porque eso no era amor a primera vista, ni química, ni siquiera imaginaba poder sentir atracción por ti. Pero no podía dejar de pensar en cómo sería besarte. Quizá es que me imagino muchas veces cómo sería besar a los demás, sin querer que eso ocurra, pero sin poder evitar pensar en los besos no dados.
Y a partir de ahí, de verte todas las semanas, pensé que, además, cuando hablabas me recreaba escuchándote, que me gustaba esa mezcla de inseguridad y de control, ese aire de querer irte corriendo en cualquier momento, de no mirar mirando, que besarte no estaría mal, pero que estaba tan lejano a mi realidad que nunca sería nada más que una imagen abandonada. Hablabas sin parar, cualquiera diría que con un abrigo de certeza y derrota, buscando una señal de breve conexión, la conexión de la barrera acuosa de mis ojos, fijada, mojando tu cara, fluyendo en tus ojos.
Ahora pienso qué habría sido de mi vida si no hubiera acudido a aquella primera cita que urdimos, que me dejó con ese sabor de que algo me faltaba, de que se quedaba a medias algo en el aire, de que el tiempo era corto. Y había que repetir. Ese sabor que ya jamás podría quitarme de la boca después de cada encuentro contigo, el regusto agridulce que me impulsa a buscar sin remedio un antídoto. Ese sabor que es también olor ahora ya lo tengo metido dentro, en cada poro de lo piel, rezumante en mis gotas de sudor, incrustado en mi pelo. El olor del desencuentro.
Y seguimos viéndonos. Yo siempre pensando que nuestros encuentros eran demasiado breves, que faltaban cosas por decir, que en el aire flotaba imperceptible pero tan abrumador que podría haber vivido comiendo eso. Bueno, eso hago ahora mismo, porque ni como, ni duermo, ni puedo pensar en otra cosa más que en volver a verte. Sea como sea el encuentro, me digas lo que me digas, sonrías o no, me beses o no. Porque ya no me besas. Porque ya me has besado.
¿Y ahora qué? Cómo voy a seguir ignorando que se puede estar en este remolino y pretender que puedo volver a mi paz de antes. No, no quiero paz. Los sudores que me ha costado edificar mi calma los entrego todos por el sudor frío que me recorre desde el día que me besaste.
Y pienso qué es eso que puede arrebatarme de tal forma, qué tiene tu boca que ni un momento me abstraigo de ella. Y no lo sé. No te amo, ni siquiera te quiero, siento cierto hastío de vivir en este desencuentro. Me inspiras a veces una ternura infinita y otras un miedo feroz. Sonríes y subo a la estratosfera, me miras silente y me hundo en un pozo. Pero es que la piel me lo grita. Es tu carne lo que me exalta, tu boca tan húmeda lo que recuerdo, tu inseguridad tan certera, tu mirada prohibida cuando crees que no te miro. Es tu deseo sepultado en acero el que me exaspera, mi deseo el que me anula. Es esta congoja penetrante que tiene atrapado mi vientre, mis pechos, mi cuello. No podría decirte qué veo en tu boca que me tiene secuestrada, que hay en ti que me encadene, ni una sola cosa puede venir a mi cabeza excepto mi cuerpo exangüe que está perdiendo toda su sangre por ti. Porque borbotea con tal fuerza que sólo puede escapar hacia ti o hacia la nada.
¿Dónde está escondida ahora esa pasión? Te aseguro que yo no era la única absolutamente embriagada. Y eso sí que me sorprendió. Que escondieras tal deseo, que pudieras estrujarme de tal forma y yo no sólo no me resquebrajara sino que quisiera morir allí mismo aplastada por tu cuerpo. Emborrachada por tus besos para siempre. Y que sea como sea, pienses lo que pienses, no me importa porque nadie me puede quitar eso, ya ni tú mismo que antes eras dueño de ese sueño pero que ya lo has perdido para siempre. Y que no voy a poner nombre a este sentimiento porque no lo tiene, es absurdo y eso es lo que estoy aprendiendo. Que el amor se muere en etiquetas, que el sentimiento pervive en el estómago, cosquilleando, anulando, asilvestrando. Sin nombre, sin justicia, con el dolor de la llaga y el sopor de un mal sueño. Y que yo sólo sé lo que siento, y no quiero archivarlo, nombrarlo, ni clasificarlo. Y creo que es todo lo que quería decirte.
Fragmento del libro "Desencuentros de pasión en la tercera fase"
Y a partir de ahí, de verte todas las semanas, pensé que, además, cuando hablabas me recreaba escuchándote, que me gustaba esa mezcla de inseguridad y de control, ese aire de querer irte corriendo en cualquier momento, de no mirar mirando, que besarte no estaría mal, pero que estaba tan lejano a mi realidad que nunca sería nada más que una imagen abandonada. Hablabas sin parar, cualquiera diría que con un abrigo de certeza y derrota, buscando una señal de breve conexión, la conexión de la barrera acuosa de mis ojos, fijada, mojando tu cara, fluyendo en tus ojos.
Ahora pienso qué habría sido de mi vida si no hubiera acudido a aquella primera cita que urdimos, que me dejó con ese sabor de que algo me faltaba, de que se quedaba a medias algo en el aire, de que el tiempo era corto. Y había que repetir. Ese sabor que ya jamás podría quitarme de la boca después de cada encuentro contigo, el regusto agridulce que me impulsa a buscar sin remedio un antídoto. Ese sabor que es también olor ahora ya lo tengo metido dentro, en cada poro de lo piel, rezumante en mis gotas de sudor, incrustado en mi pelo. El olor del desencuentro.
Y seguimos viéndonos. Yo siempre pensando que nuestros encuentros eran demasiado breves, que faltaban cosas por decir, que en el aire flotaba imperceptible pero tan abrumador que podría haber vivido comiendo eso. Bueno, eso hago ahora mismo, porque ni como, ni duermo, ni puedo pensar en otra cosa más que en volver a verte. Sea como sea el encuentro, me digas lo que me digas, sonrías o no, me beses o no. Porque ya no me besas. Porque ya me has besado.
¿Y ahora qué? Cómo voy a seguir ignorando que se puede estar en este remolino y pretender que puedo volver a mi paz de antes. No, no quiero paz. Los sudores que me ha costado edificar mi calma los entrego todos por el sudor frío que me recorre desde el día que me besaste.
Y pienso qué es eso que puede arrebatarme de tal forma, qué tiene tu boca que ni un momento me abstraigo de ella. Y no lo sé. No te amo, ni siquiera te quiero, siento cierto hastío de vivir en este desencuentro. Me inspiras a veces una ternura infinita y otras un miedo feroz. Sonríes y subo a la estratosfera, me miras silente y me hundo en un pozo. Pero es que la piel me lo grita. Es tu carne lo que me exalta, tu boca tan húmeda lo que recuerdo, tu inseguridad tan certera, tu mirada prohibida cuando crees que no te miro. Es tu deseo sepultado en acero el que me exaspera, mi deseo el que me anula. Es esta congoja penetrante que tiene atrapado mi vientre, mis pechos, mi cuello. No podría decirte qué veo en tu boca que me tiene secuestrada, que hay en ti que me encadene, ni una sola cosa puede venir a mi cabeza excepto mi cuerpo exangüe que está perdiendo toda su sangre por ti. Porque borbotea con tal fuerza que sólo puede escapar hacia ti o hacia la nada.
¿Dónde está escondida ahora esa pasión? Te aseguro que yo no era la única absolutamente embriagada. Y eso sí que me sorprendió. Que escondieras tal deseo, que pudieras estrujarme de tal forma y yo no sólo no me resquebrajara sino que quisiera morir allí mismo aplastada por tu cuerpo. Emborrachada por tus besos para siempre. Y que sea como sea, pienses lo que pienses, no me importa porque nadie me puede quitar eso, ya ni tú mismo que antes eras dueño de ese sueño pero que ya lo has perdido para siempre. Y que no voy a poner nombre a este sentimiento porque no lo tiene, es absurdo y eso es lo que estoy aprendiendo. Que el amor se muere en etiquetas, que el sentimiento pervive en el estómago, cosquilleando, anulando, asilvestrando. Sin nombre, sin justicia, con el dolor de la llaga y el sopor de un mal sueño. Y que yo sólo sé lo que siento, y no quiero archivarlo, nombrarlo, ni clasificarlo. Y creo que es todo lo que quería decirte.
Fragmento del libro "Desencuentros de pasión en la tercera fase"
2 comentarios:
Jo, no podría estar mejor dicho.
Sí podría, de eso se trata. La próxima vez...
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