miércoles, 3 de septiembre de 2008

Caricias

Acababa de entrar en el aula, llegaba inusualmente tarde por un problema que había surgido a primera hora en la oficina. Lo hice con cuidado, sin hacer ruido, un poco ruborizado por la hora y otro poco por mi aspecto excesivamente elegante. Casi nunca vestía de traje. Ya no quedaba sitio y Jota me hizo un ademán con la cabeza, como diciendo "lo siento tío, pensé que no venías".
Me dirigí a la última fila saludando en silencio a aquellos compañeros de cursillo con los que llevaba ya unas cuantas horas compartidas. Horas de clase, trabajo en grupo, presentaciones ante el resto,...Me senté sólo, en mi cabeza aún resonando la bronca que acababa de tener por teléfono. Saqué los apuntes y la pluma con la que siempre tomo notas. Me acostumbré en la carrera a usarla. Según mi amiga Ana resaltaba mi escritura redondeada y silenciosa. Al levantar la mirada la vi mirarme de reojo.

Me había fijado en ella desde el día que la vi entrar tarde y nuestras miradas se cruzaron por casualidad. Me sonrió. Me pareció muy atractiva. Por desgracia nos pusieron en grupos separados y apenas habíamos cruzado dos palabras en estos dos meses.

La vi sonreír de nuevo, como si acabara de recordar algo, a la vez que se retiraba el pelo de la cara, con un movimiento que acababa en su nuca. En ese instante comenzó el embrujo. Con la mayor delicadeza del mundo comenzó a jugar con su pelo, haciendo y deshaciendo imaginarios nudos. No pude apartar la mirada de su mano acariciando un pelo negro, oscuro como una noche sin día. Nada en el mundo podría resistir esas caricias, ni la roca más dura ni el ser más perverso.

Volví a ser un niño en el regazo de mi madre mientras cantaba y jugaba con mis rizos; a las lecturas bajo las sábanas a la luz de una linterna; a mi adolescencia de explorador con Julia, que me tocaba y el mundo se fundía mientras me hundía en sus brazos; al abrazo de mi amiga Laura, rota por el dolor de la pérdida. A todos esos momentos en los que el amor, la emoción, la pasión, la tristeza, te hacen sentir vivo. Me recordó qué una vez sentí.

Desde entonces, cada vez que la veo, sólo deseo besarla y que sus manos acaricien mi pelo y mi alma.

(Fragmento del libro "Jacinto, saca la escopeta que viene tu yerno" publicado en MNB)

No hay comentarios: