SI TE VIERAS LLORAR POR AMOR...
Motoperro es un tipo normal, de esos que ni miras cuando te cruzas con él. Bajito, delgadito, poquita cosa. Ahora bien, si el destino hace que tú y él os crucéis en la cola del autobús o del cine, entonces, sí te fijas, sí te das cuenta, Motoperro es an‑ties‑té‑ti‑co. Y esto, no sólo supone fealdad, cualidad ésta que queda fijada en cada época y cada lugar por cánones variables e imprecisos; sino que implica más bien, irregularidad, desproporción e imprecisión, lo cual hace verdaderamente imposible que en un futuro, por muy lejano que éste sea, su aspecto sea considerado agradable. Él no lo sabe, por supuesto, y eso le ha garantizado una falta absoluta de complejos.
Motoperro es mensajero, bueno, según él, “conductor‑ayudante de clínica dental”, en definitiva, se encarga de llevar las prótesis y las impresiones del laboratorio al dentista y del dentista al laboratorio. Eso le hace imprescindible en un ciudad como Madrid que permanece atascada entre tanto atasco. Conduce algo parecido a una moto pero que él llama Michelle, su Michelle. Lleva casi diez años con ella pero la muy desagradecida le está dando problemas últimamente. Con lo que a él le gusta hacerla caballitos...
Labios de Oro es un chica nor..., no muy normal (es la novia de Motoperro, bueno, según la versión de éste, que para la otra no está nada claro). Apenas articula quince palabras al día, palabras que enlaza de tal modo que para casi nadie tienen sentido o si lo tienen, resulta realmente original. El sábado pasado, sin ir más lejos, sólo consiguió decir en todo el día: ‑¿Verdad que Dios es de puta madre?‑. Lo dijo en el bar de siempre, donde pasan sus tardes, agarrando con ternura la mano del camarero y ante la atónita expresión de éste. Motoperro se ríe pero tampoco la entiende, ni le interesa, las mujeres no sirven para hablar.
Su aspecto exterior parece corroborar el interior: pálida‑muy pálida, delgada‑muy delgada. Motoperro dice que está muy buena, pero suele agregar, inseguro y consciente en parte de la demasiado evidente realidad, una coletilla a modo de justificación: ‑Bueno, para mí‑. Y los del bar sonríen pensando que vaya pareja, que vaya dos, que son tal para cual.
Nadie en el bar sabe realmente cómo se llaman, por eso, cuando el otro día entró Labios de Oro en el bar preguntando por Juan Antonio; Julio, el nuevo camarero, dio por hecho que se estaba refiriendo a Motoperro. Al parecer habían quedado, pero él todavía no había aparecido así que iba a esperarle en la pizzería de enfrente. Cuando por fin, Motoperro asomó por el bar habrían pasado por lo menos dos horas y Julio comenzó a explicarle entre broma y sonrisa y con tono aleccionador, que semejantes plantones no eran recomendables si se quería conservar a una chica. La cara de Motoperro no parecía responder positivamente a los mensajes bromistas de Julio, por lo que éste, desechando un primer pensamiento de “ se habrán peleado” y aceptando de antemano un “trágame, tierra”, acertó a preguntar‑afirmar con voz temblorosa: ‑Porque... tú eres Juan Antonio, ¿verdad?‑.
Evidentemente él no se llamaba Juan Antonio sino Tirso, nombre mucho más distinguido y del que se sentía muy orgulloso. Pero aquello se lo calló entonces, porque de su boca sólo lograron salir dos claras y rotundas palabras: ‑Puta zorra..‑ Julio, abochornado por aquel malentendido, intentaba sin mucho éxito calmarle sugiriendo algunas posiblidades del tipo “Será algún familiar o un amigo de la infancia, no te preocupes, ya verás que todo se arregla...”, cuando entró en el bar el otro camarero saludando con mucha gracia: ‑ Hombre, chaval, ¿aquí estás? Qué, ya veo que te has quedado sin novia. Menudo lote se está pegando con un tío en el bar de la plaza...‑. Motoperro daba miedo, parecía capaz de matarla y de matar a cualquier otro que casualmente se le pusiera delante. Vinieron camareros de los bares cercanos alertados por los paranormales gritos que no dejaba de soltar Motoperro y, una vez que fueron informados por el tembloroso Julio de lo que había pasado, acordaron entre todos que lo mejor era dormirle con unas buenas copitas de Brandy. A Julio no le hacía demasiada gracia la idea (tendría que pagar de su bolsillo la botella), pero tuvo que aceptarla ante la pesada carga de remordimiento que empezaba a invadirle.
Allí estuvo Motoperro horas y horas hasta que Labios de Oro con su flamante nuevo amigo apareció por el bar. Algo parecía flotar en el ambiente, algo invisible pero latente, como en un duelo entre vaqueros. Pero los temores de los que allí se encontraban se quedaron en eso, simples temores que se diluyeron entre las lágrimas que lentamente comenzaron a resbalar por el rostro embriagado de Motoperro que en ese mismo momento decidió romper definitivamente con la ingrata Labios de Oro.
Fragmento del Libro "Con ese caracter te quedas a vestir santos"
Motoperro es un tipo normal, de esos que ni miras cuando te cruzas con él. Bajito, delgadito, poquita cosa. Ahora bien, si el destino hace que tú y él os crucéis en la cola del autobús o del cine, entonces, sí te fijas, sí te das cuenta, Motoperro es an‑ties‑té‑ti‑co. Y esto, no sólo supone fealdad, cualidad ésta que queda fijada en cada época y cada lugar por cánones variables e imprecisos; sino que implica más bien, irregularidad, desproporción e imprecisión, lo cual hace verdaderamente imposible que en un futuro, por muy lejano que éste sea, su aspecto sea considerado agradable. Él no lo sabe, por supuesto, y eso le ha garantizado una falta absoluta de complejos.
Motoperro es mensajero, bueno, según él, “conductor‑ayudante de clínica dental”, en definitiva, se encarga de llevar las prótesis y las impresiones del laboratorio al dentista y del dentista al laboratorio. Eso le hace imprescindible en un ciudad como Madrid que permanece atascada entre tanto atasco. Conduce algo parecido a una moto pero que él llama Michelle, su Michelle. Lleva casi diez años con ella pero la muy desagradecida le está dando problemas últimamente. Con lo que a él le gusta hacerla caballitos...
Labios de Oro es un chica nor..., no muy normal (es la novia de Motoperro, bueno, según la versión de éste, que para la otra no está nada claro). Apenas articula quince palabras al día, palabras que enlaza de tal modo que para casi nadie tienen sentido o si lo tienen, resulta realmente original. El sábado pasado, sin ir más lejos, sólo consiguió decir en todo el día: ‑¿Verdad que Dios es de puta madre?‑. Lo dijo en el bar de siempre, donde pasan sus tardes, agarrando con ternura la mano del camarero y ante la atónita expresión de éste. Motoperro se ríe pero tampoco la entiende, ni le interesa, las mujeres no sirven para hablar.
Su aspecto exterior parece corroborar el interior: pálida‑muy pálida, delgada‑muy delgada. Motoperro dice que está muy buena, pero suele agregar, inseguro y consciente en parte de la demasiado evidente realidad, una coletilla a modo de justificación: ‑Bueno, para mí‑. Y los del bar sonríen pensando que vaya pareja, que vaya dos, que son tal para cual.
Nadie en el bar sabe realmente cómo se llaman, por eso, cuando el otro día entró Labios de Oro en el bar preguntando por Juan Antonio; Julio, el nuevo camarero, dio por hecho que se estaba refiriendo a Motoperro. Al parecer habían quedado, pero él todavía no había aparecido así que iba a esperarle en la pizzería de enfrente. Cuando por fin, Motoperro asomó por el bar habrían pasado por lo menos dos horas y Julio comenzó a explicarle entre broma y sonrisa y con tono aleccionador, que semejantes plantones no eran recomendables si se quería conservar a una chica. La cara de Motoperro no parecía responder positivamente a los mensajes bromistas de Julio, por lo que éste, desechando un primer pensamiento de “ se habrán peleado” y aceptando de antemano un “trágame, tierra”, acertó a preguntar‑afirmar con voz temblorosa: ‑Porque... tú eres Juan Antonio, ¿verdad?‑.
Evidentemente él no se llamaba Juan Antonio sino Tirso, nombre mucho más distinguido y del que se sentía muy orgulloso. Pero aquello se lo calló entonces, porque de su boca sólo lograron salir dos claras y rotundas palabras: ‑Puta zorra..‑ Julio, abochornado por aquel malentendido, intentaba sin mucho éxito calmarle sugiriendo algunas posiblidades del tipo “Será algún familiar o un amigo de la infancia, no te preocupes, ya verás que todo se arregla...”, cuando entró en el bar el otro camarero saludando con mucha gracia: ‑ Hombre, chaval, ¿aquí estás? Qué, ya veo que te has quedado sin novia. Menudo lote se está pegando con un tío en el bar de la plaza...‑. Motoperro daba miedo, parecía capaz de matarla y de matar a cualquier otro que casualmente se le pusiera delante. Vinieron camareros de los bares cercanos alertados por los paranormales gritos que no dejaba de soltar Motoperro y, una vez que fueron informados por el tembloroso Julio de lo que había pasado, acordaron entre todos que lo mejor era dormirle con unas buenas copitas de Brandy. A Julio no le hacía demasiada gracia la idea (tendría que pagar de su bolsillo la botella), pero tuvo que aceptarla ante la pesada carga de remordimiento que empezaba a invadirle.
Allí estuvo Motoperro horas y horas hasta que Labios de Oro con su flamante nuevo amigo apareció por el bar. Algo parecía flotar en el ambiente, algo invisible pero latente, como en un duelo entre vaqueros. Pero los temores de los que allí se encontraban se quedaron en eso, simples temores que se diluyeron entre las lágrimas que lentamente comenzaron a resbalar por el rostro embriagado de Motoperro que en ese mismo momento decidió romper definitivamente con la ingrata Labios de Oro.
Fragmento del Libro "Con ese caracter te quedas a vestir santos"
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