Lluvia. Frío. En días así me gusta pasear por las calles desiertas de París, que tienen la ¿virtud? de acentuar las soledades de los pocos que las transitamos. La fina lluvia en la cara, los pasos lentos, casi parsimoniosos, y la mente a miles de kilómetros pese a caminar junto al Sena. En el corazón de África, de donde acabo de regresar y a donde fui huyendo de todo. ¿Qué habrá sido de ellos? Pobre gente, pobres niños. Vamos allí, con nuestras batas blancas y nuestras medicinas y en cuanto la cosa se pone fea les abandonamos de nuevo. Y aun así sólo quedan sus miradas de agradecimiento. Y culpa. Qué mierda. Y el corazón, ¿qué habrá sido de él? No sé nada de él desde hace demasiado. Necesito volver y sentirme vivo, como cuando me miraba en aquellos ojos verdes que se fueron hace mucho tiempo. Quizás ayudo a otros porque no fui capaz de ayudarle a ella y así llenar gota a gota el mar de vacío que dejo su muerte... Debo volver. (Fragmento del libro "Este paragüas no tapa ná" publicado en MNB)
miércoles, 25 de junio de 2008
lunes, 23 de junio de 2008
Quemado
Me gustaría ver su rostro quemado. Le miro e imagino que un lado de su cara (nunca me pongo de acuerdo sobre cuál de ellos) está quemado. Un accidente desfigura su cara adhiriendo sobre su mejilla una plasta de piel ensortijada y rosácea. Yo se la besaría con ternura, cicatriz de su propio corazón, la herida de fuego que me traería la calma. La acariciaría con el torso de mi mano y le amaría aún más porque mi amor sería mucho más valioso. Ellas ya no le mirarían por la calle, su esperanza de encontrar una mirada de soslayo una noche en un bar, de que alguna jovencita le ofreciera su cuerpo para experimentar el encuentro con una piel experimentada, se esfumarían. El miedo ya no me paralizaría a cada segundo en que sé que voy a perderle. Le veo mirar a otras por la calle, de reojo en el restaurante, por encima de mi hombro mientras me abraza. Sé que lo único que le retiene a mi lado es ella; mientras siga enganchado a su estela, sin poder librarse de ese amor que le ahoga; mientras no pueda redimirse de ese fiel pañuelo de seda que estrangula su cuello, yo estaré salvada. Me necesita para poder seguir amándola, y cuando al fin deje de hacerlo yo seré junto a ella un resquicio de su pasado y me abandonará. Buscará a otras, empezará de nuevo, nos olvidará a ambas.
Cuando la angustia me atenaza por la noche, cuando incapaz de dormir, con la garganta rasposa y el corazón latiendo de puro temor, recreo el momento en el que se acerca a una de ellas e intenta llevársela a la cama. A veces le encuentro mirándome con una ternura infinita, con el brillo de las miradas de los humanos a los cachorros, y me besa en la frente mientras agarra con fuerza mis mejillas con sus dos manos, y después en los labios, metiendo su lengua y su saliva de sabor a arce. Me agarra la cara y no suelta mis labios, como sabe que me gusta, me produce cosquilleos entre las caderas y a la altura de mis últimas vértebras sin dejar de mirar mis ojos abandonados. Y lo sé. Sé que lo está pensando. Sé que le traiciona la mirada que él cree controlar y no puede dejar de figurarse el momento en que no querrá volver a verme. Entonces imagino su cara quemada. Y me sereno.
Él cree que mis pupilas se sosiegan por su amable gesto al concederme lo que silenciosamente le pido; cree que reteniendo mi rostro entre sus dedos brincaré como una chiquilla con caramelos inesperados. Yo le respondo acariciando despacio el lado de su mandíbula donde sueño el final de esas raíces enhebradas y tortuosas, subiendo hasta su nariz por donde ramifica la cicatriz monstruosa, pellizcando débilmente sus quistes enrojecidos, palpando las protuberancias engarzadas entre sí. Y debo de iluminarme con tal dulzura que él consigue calmar su conciencia y amarrar mis pechos entre sus manos, mientras yo rozo mi pómulo suave con su áspera cicatriz soñada.
Cuando la angustia me atenaza por la noche, cuando incapaz de dormir, con la garganta rasposa y el corazón latiendo de puro temor, recreo el momento en el que se acerca a una de ellas e intenta llevársela a la cama. A veces le encuentro mirándome con una ternura infinita, con el brillo de las miradas de los humanos a los cachorros, y me besa en la frente mientras agarra con fuerza mis mejillas con sus dos manos, y después en los labios, metiendo su lengua y su saliva de sabor a arce. Me agarra la cara y no suelta mis labios, como sabe que me gusta, me produce cosquilleos entre las caderas y a la altura de mis últimas vértebras sin dejar de mirar mis ojos abandonados. Y lo sé. Sé que lo está pensando. Sé que le traiciona la mirada que él cree controlar y no puede dejar de figurarse el momento en que no querrá volver a verme. Entonces imagino su cara quemada. Y me sereno.
Él cree que mis pupilas se sosiegan por su amable gesto al concederme lo que silenciosamente le pido; cree que reteniendo mi rostro entre sus dedos brincaré como una chiquilla con caramelos inesperados. Yo le respondo acariciando despacio el lado de su mandíbula donde sueño el final de esas raíces enhebradas y tortuosas, subiendo hasta su nariz por donde ramifica la cicatriz monstruosa, pellizcando débilmente sus quistes enrojecidos, palpando las protuberancias engarzadas entre sí. Y debo de iluminarme con tal dulzura que él consigue calmar su conciencia y amarrar mis pechos entre sus manos, mientras yo rozo mi pómulo suave con su áspera cicatriz soñada.
(Fragmento del libro "¡Yatá!¿Cómo yatá?")
domingo, 15 de junio de 2008
Coffee tales
Me encantaba el café de aquel bar, aromático, cremoso, fuerte pero suave a la vez. Durante los años en que trabajé en la embajada acudí fecuentemente, buscando su café, para ojear los periódicos por las mañanas, muy temprano. Fue uno de esos días cuando reparé en aquella pareja; ella era la viva imagen de una de esas actrices que ya no existen, alta y con estilo...¿cómo lo llaman los anglosajones? Ah, sí, charming. Él muy delgado, fumador incansable, vestido casi siempre de negro a juego con sus gafas de pasta. Aquel día no me atraía demasiado la prensa, una migraña reincidente, y jugueteaba con el sobre de azucar perdido en mis pensamientos. Oí una carcajada. Sincera, enorme, con alma de niña de cinco años y cuerpo de una mujer de unos 30. El camarero y yo nos giramos curiosos y la ví; se tapaba la boca con una mano y su mirada decía "perdón, lo siento". No hay nada que perdonar, pensé. Ojalá escuchara más a menudo una risa como aquella. En ese instante él comenzó a recriminarla cariñosamente entre risas y no pude dejar de escucharles. - ¡Laura, no tiene gracia! - Tú también te estás riendo. - Sí, pero no tiene gracia. La conversación continuó entre risas aunque no oía bien. Hablaban del último ligue de él para regocijo de ella. Más allá de la conversación, sin demasiado interés, me quedé absolutamente prendado de cómo ella le miraba. Sus ojos le acariciaban, confortaban, animaban, bacilaban y reñían a cada momento, reaccionando ante su relato, a la vez que sujetaba una taza humeante y enorme de café con leche. A sus mirada acompañaba de cuando en cuando una voz que casi nunca usaba, limitándose a escuchar y reir casi siempre. Después de aquel día coincidí con ellos apenas dos o tres veces más. En todas ellas se repitió la escena, en todas dejé de leer y les escuché, miré y envidié. Y todavía hoy les envidio. ¿Seguirán siendo los dos mejores amigos del mundo? Seguro que sí, ya lo creo que sí. Dedicado a la otra. (Fragmento del libro "¡Que sea la última vez que te dejas el gato fuera!" publicado en MNB).
viernes, 13 de junio de 2008
The beloved dragon
Afortunadamente ya no uso corbata a diario. Sin embargo, hubo un tiempo en el que la llevaba todos los días. Nunca he sabido hacerme el nudo, pese a los esfuerzos por enseñarme de mi madre (mi padre tampoco sabe). Pese a mi inutilidad, llevaba siempre una corbata con un nudo y aspecto perfectos, a juego con la medio sonrisa que se dibujaba en mi cara cuando pensaba que nadie miraba. En esos momentos, recordaba el sonido del despertador y mi movimiento apresurado para apagarlo y que ella no se despertara; salir suavemente del refugio de las sábanas camino de la ducha y vestirme casi a oscuras, salvo la corbata. Un desayuno a base de café, sólo café, sentado en la cocina. En ese momento la veía levantarse, desnuda, moviéndose como los gatos, sin apenas tocar el suelo, los ojos entrecerrados. Cogía una corbata de mi armario y la veía frente al espejo colocarla alrededor de su cuello y realizar el ritual, lento y ceremonioso, de hacerse el nudo bajo la atenta mirada del dragón.Cuando acababa me miraba con su profunda sonrisa, se acercaba despacio aflojándola y colocándola bajo los cuellos de mi camisa. Al acabar, cogía mi cara entre sus suaves manos y, mirándome fijamente, me besaba como si fuese la primera vez. Por eso sonrío cuando nadie mira." (Fragmento del libro "los maravillosos 52 años que pasé junto a la chica del dragón", publicado en MNB)
lunes, 9 de junio de 2008
Miradas
Fui transparente a tu mirada durante casi toda una vida. Nos conocíamos desde la guardería. Ya entonces me mirabas con esos ojos negros que hacían desaparecer el mundo, anudaban mi estómago y cortaban mi respiración. Una vez me miraste durante un minuto y sus sesenta segundos y estuve una semana pálido como la leche, tanto que mi madre pensó que me había vuelto albino. Acompañe a esos ojos en el colegio, el instituto, la universidad.....si recorro este camino tan rápido es porque tus ojos no eran mios, eran de otros. Pese a ello nuestra amistad continuaba silenciosa, nacida en el inicio de los tiempos, amistad de alma, remota. Sin embargo, un día, el de tu 33 aniversario, tus ojos me miraron. Como aquella vez en la guardería. Pero esta vez se quedaron en mí. Fui absolutamente feliz durante un día. Al día siguiente cesé actividad (un desacuerdo con el destino, me morí vamos). No lloraste, no dijiste nada. Viniste a despedirte vestida de negro, con un velo de amistad viuda. Tus ojos seguían siendo mios y, lejos de apagarse o entristecerse o llorar, me dieron el beso de despedida más maravilloso de todos los tiempos y de todo el universo. Y me lo llevo, para siempre"
(Fragmento del libro "Sábado noche en el Marzana, ¿hay un sitio mejor en el mundo?" publicado en MNB)
(Fragmento del libro "Sábado noche en el Marzana, ¿hay un sitio mejor en el mundo?" publicado en MNB)
domingo, 8 de junio de 2008
Pasos de baile
"Recuerdo cuando bailabas sóla, riendo despacio, imaginando a tu principe azul cerrando con fuerza los ojos. El mismo príncipe que ahora mismo está frente al televisor - hoy hay partido de nuevo - bebiendo cerveza y que ni siquiera te ve. Le miras, cierras los ojos y vuelves a bailar. Y vuelvo a verte sonreir."
(Fragmento del libro "¡No, si ya me lo decía mi madre..!" publicado en MNB)
(Fragmento del libro "¡No, si ya me lo decía mi madre..!" publicado en MNB)
martes, 3 de junio de 2008
Ponte mi chaqueta
Sonreías nerviosa, ansiosa por verla. Tu amiga se casa, dentro de 10 minutos. Se retrasa. El novio se frota las manos, la expresión dura, una mueca congelada en el tiempo.Te miro. Observo como saludas a los amigos, a los de verdad. A los que conoces desde hace más de la mitad de tus días. A los que tocas, abrazas y besas, todo en un sólo gesto. Nuestras manos se entrelazan fugazmente en el cruce de saludos y corrillos de animada charla. Noto que tu calor se ha ido disipando, como si te fueses apagando. Veo tu piel, erizada por el cortante viento que sopla en Vitoria esta tarde de verano. No dudo, me da igual la etiqueta, las normas y el qué dirán. Me quito la chaqueta mientras me dirijo hacia tí. El movimiento capta tu atención, y te quedas mirándome fíjamente mientras me acerco. Con esa forma que tienes de mirarme que para el tiempo y mi respiración. Sin darte tiempo a preguntar qué hago la coloco sobre tus hombros mientras rozo tu mejilla con mis labios. - Toma mi chaqueta, hace frio.
(Fragmento del libro "La Nata, ¡que se nos casa!" publicado en MNB)