La cena se enfriaba en la mesa. Se sentía ridícula. Recordaba muy vagamente cómo había perdido la ilusión de cocinar para alguien pero, ahora, esperando a Peter, se aseguraba a sí misma que había sido una decisión acertada.
Por un momento, se imaginó el placer de tirar con fuerza del mantel y la vajilla rompiéndose contra el suelo. La imagen le encantó aunque sabía que no era capaz de tanto. Con una sonrisa apenas perceptible, se acercó a la mesa , agarró las puntas del mantel e hizo un hatillo que dejó en el portal. Sobre él, una nota decía “Aquí tienes tu cena”.
Entró en el salón y colocó el jarrón sobre la mesa ahora vacía. Todo volvía a estar en orden.
Fragmento del libro "Que te aguante tu madre, Paco"
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