lunes, 22 de diciembre de 2008

La Caza

Gabriel entró en el vagón de metro. Echó un vistazo rápido, un acto reflejo condicionado por años de entrenamiento, buscándole. Apenas veinte personas le acompañaban en esa mañana de enero, distraídas, ajenas a la caza que se estaba llevando a cabo. Se colocó en espacio que hay justo antes de la unión flexible de los vagones, cubriendo su espalda mientras miraba en una dirección buscando un gesto, un detalle de él. Tres años. Tres largos años de persecución por media Europa para acabar, paradojas de la vida, en la ciudad en la que vivía.
No encontró nada.
Debe estar por aquí, tiene que estar,...
Se giró para mirar en la dirección opuesta, asomando la cabeza con un movimiento rápido pero despreocupado, como quien mira con curiosidad a esa chica que acaba de pasar buscando asiento. Le vio. Estaba de espaldas, de pie, agarrado a una de las barras verticales en mitad del vagón. Gabriel se ocultó de nuevo en su parapeto y analizó la situación.
Me acercaré rápido, no habrá vuelta atrás, pensó. No hay otra manera. Menos mal que casi todo el mundo está sentado.
Miró fijamente a la pareja que estaba enfrente, apoyados contra el cristal. Les hizo un gesto llevándose el dedo índice a los labios para después indicarles que se quedaran quietos, a la vez que abría su chaqueta y mostraba su identificación colgada al cuello sobre un chaleco antibalas negro con tres iniciales blancas desconocidas. La pareja se sobresaltó un instante, pasando a la sorpresa en el siguiente movimiento. Su mano derecha buscó su cintura retirando el abrigo hacia un lado. Extrajo su G17 de la funda, movimiento preciso, respiración profunda y mirada al suelo. Salió de su esquina en dirección a su objetivo ocultando el arma. Dos señoras le vieron dirigirse hacia ellas. Su mirada fija en él, despreciando el resto del mundo.
Apenas anduvo cinco metros, a menos de diez de su perseguido alzó el arma con dos manos. Las señoras gritaron asustadas levantándose. Las apartó hacia un lado en décimas de segundo, pero era tarde. El Tuta ya le apuntaba. Tres disparos, ambos, no eran pandilleros de favelas. Gabriel notó dos impactos en su pecho que le lanzaron hacia atrás con una fuerza descomunal, cayendo de espaldas al suelo. El tercero había alcanzado su hombro izquierdo.
Que bueno es el hijoputa.
El pánico se apoderó de todos los presentes, que miraban asombrados una escena que sólo habían visto en el cine. Y silencio. Sólo caras de terror y sollozos. Mientras el dolor del pecho le impedía respirar la chica a la que había pedido silencio hacia un minuto se arrodilló junto a él.
- ¿Estás bien? No te muevas, déjame ver...
- Ayúdame a incorporarme, tengo que verle.
- No te preocupes por él, no se va a ir a ningún sitio.
A duras penas se incorporó ligeramente. Cierto, no se va a ir. Un agrupamiento perfecto. Había caído al suelo quedando apoyado en uno de los asientos en una postura de muñeca rota. Los ojos abiertos, mirando al suelo. Suspiró aliviado. Se acabó. Se fijó en los ojos verdes que examinaban su hombro y notó una punzada de dolor cuando ella le obligó a tumbarse de nuevo y presionó la herida con fuerza.
- ¿Esos ojos de mar salen con alguien?
- No es la clase de pregunta que una espera en estas situaciones...
Sus mejillas se encendieron y sus labios dibujaron una tímida sonrisa.
- No es la clase de ojos que uno encuentra en estas situaciones...
Fragmento del libro "Cómo te pones por un quítame esas pajas"

martes, 16 de diciembre de 2008

Glosas

Traspasado por la conciencia cierta
de que nunca volveré a recuperar
tu mirada de aventura y fuego

comienzo un nuevo camino hacia
ninguna parte concreta y hacia
todas partes a una vez.

Herido en mi orgullo pueril y vacío
tengo que aprender a bajar la cabeza
hasta encontrar tu corazón latiendo

en otros territorios más fértiles
donde la primavera de la alegría
haga que tiembles entregada

al placer de sus brazos rodeándote.
Te deseo toda la felicidad y te llevas
en el recuerdo de tu corazón un alma
fiel que te amará eternamente

Fragmento del libro:"diario de Kachimba"

domingo, 14 de diciembre de 2008

Ella-She 3

Hola, buenas tardes, me puede indicar donde está la calle Las Viñas?-estaba perdido completamente, así que le pregunté a una chica que estaba de espaldas mirando un escaparate-

Ella se dió la vuelta y la ví por primera vez. A partir de ese momento, mi única ocupación ha sido servir sus deseos. Sin mirarme, extendió su mano derecha con el dedo índice apuntando a un lugar indefinido detrás de mí y dijo- por ahí, creo. No sé, pregunta a otro.

Podría ser más explícita-inquirí.
No.
Es que, necesito llegar a esa calle, tengo que recoger un paquete-rogué.
Pues, pregunta a quien lo sepa.
Gracias por su interés, es Ud. muy amable-estaba ya a punto de desistir.
Gracias.

La verdad es que tenía una indiferencia insultamente atractiva. Me moví unos metros y decidí darme la vuelta y mirarla desde más lejos. No se inmutó por mi marcha. Unos cinco minutos después, comenzó a caminar en la misma dirección en que yo me encontraba. Jamás había visto a nadie andar así. Era una mezcla de inseguridad, nerviosismo y torpeza. Pasó a mi lado sin detenerse y sin percatarse de mi existencia, pese a que la estaba mirando fijamente. Y entonces hice algo que aún soy incapaz de entender. Le agarré del brazo y besé sus labios.

Segundos después, me separé y, a duras penas, murmuré una disculpa. Me encontraba avergonzado, a la vez que embriagado. Ella me miró con una expresión de dureza y de sorpresa, a la vez y me dijo: imbécil.

Siguió su camino y tomé la decisión más importante de mi vida: eché a correr detrás de la mujer más hermosa y poderosa que la tierra ha conocido jamás. Y pese a todo lo que me ha ocurrido hasta este momento, pese a las penalidades, desgraciasy dolores insoportables que he sufrido desde ese instante, no sólo no me arrepiento, sino que volvería a correr tras sus pasos sin dudarlo.

Fragmento del libro: "te quiero más que a mi vida"

viernes, 12 de diciembre de 2008

Ella-She 2

Pasó el tiempo. Tanto que no podría determinar el momento del día en que, por fin, abrí los ojos. Su cara me sobresaltó. Unos ojos marrones (nunca he sabido describir unos ojos. Creo que es un enigma de la fisonomía humana), fijos sobre mí. Y su aliento embriagador y reconfortante. Intenté decir algo, pero me cerró la boca con un leve movimiento de su mano. Era una piel cálida, que desprendía una energía potente. Se puso en pie con cierta brusquedad y me hizo un gesto para que me levantase. Esta vez conseguí erguirme con cierta facilidad y, por primera vez, le contemplé desde una altura superior. Eso me produjo una extraña sensación de adquirir ventaja. Pero se desvaneció en cuanto mis ojos se encontraron con los suyos. Nuevamente, me encogí interiormente y me sentí por entero a su merced. Tenía en su faz dibujada una sonrisa burlona (como si hubiera seguido mis pensamientos y se regocijase ante mi delicada situación de dependencia). Echó a andar y me dispuse a ir tras sus pasos. Al llegar a la puerta, ella cruzó el umbral girándose levemente y haciendo un gesto con su mirada que no comprendí. Su sonrisa anterior había devenido en una amplia mueca de alegría, casi de risa. Cuando atravesé el quicio, unas manos firmes y frias me sujetaron y me izaron en vilo, mientras que otra me colocaba un paño en los ojos cegándome por completo. Es así como escuché su voz: "deshaceos de esa escoria". El pánico se apoderó por completo de mis sentidos y comencé a agitarme y a gritar, hasta que un golpe seco en la boca del estómago me dejó sin resuello y casi sin concimiento. Poco después mis captores me quitaron la venda, tras un interminable recorrido en la más absoluta oscuridad. Me ví suspendido en el vacío fuera de una terraza. Miré hacia abajo y pude observar una altura enorme hasta un suelo lleno de personas caminando y vehículos circulando.. Momentos después, casi sin darme tiempo a reaccionar empecé a descender a gran velocidad. Lo último que ví fue una fugaz imagen de ella, sentada, mientras un hombre inclinado le calzaba uno zapato en un pie desnudo.

Fragmento del libro : "te quiero más que a mi vida".

martes, 9 de diciembre de 2008

Ella-She

Todavía no me había recuperado de la impresión que me produjo su aliento en mi cara mientras me despertaba de la paliza que había recibido. No pronunció ninguna palabra, salvo un leve murmullo apenas imperceptible. A duras penas conseguí entender que quería que me levantase. Pero las fuerzas me habían abandonado y me sentía completamente exhausto. Pero, su aliento era reconfortante, iba apoderándose de mi cuerpo e insuflándome la energía precisa para comenzar a incorporarme. Ella era extrañamente hermosa y tenía una poderosa luz en sus ojos.

Apenas di mi primer paso, cuando su mano izquierda sujetó la mía derecha y me presionó levemente. Supuse que deseaba que me quedase quieto y así lo hice. Subió su dedo índice hasta la boca y me exigió silencio. Luego, salió lentamente de la estancia sin darse la vuelta al cruzar el umbral de la puerta. que cerró con suavidad.

Perdí mis escasas fuerzas y caí redondo en el suelo.