miércoles, 24 de septiembre de 2008

El mundo loco

El día concreto en que sales del vientre de tu madre tiene una importancia relativa para algunos, determinante para otros. Autulio decidió llegar a este mundo un 27 de agosto, casualmente, el mismo día en que su abuelo materno decidió dejarlo. Y digo bien decidió, porque aquella misma mañana, con mucha tristeza pero sin fuerzas para seguir esperando más para ver la cara de su primer nieto, Autulio abuelo, incapaz de soportar el dolor físico y mental que le producía su progresiva enfermedad , se tragó un bote entero de Sumial , se tumbó en la cama y decidió esperar su muerte.
Nadie se planteó otro nombre para aquel niño. Sólo el padre del bebé se permitió hacer una tímida alusión a la condena que ese nombre suponía para un niño tan pequeño que soportaría años de crueles burlas en el colegio y puede que más allá de él. Elena, que tras recibir la noticia del suicidio de su padre, tuvo que pasarse el día sedada y a duras penas pudo dar a luz, sacó fuerzas de Dios sabe dónde y consiguió echarle una mirada que como un rayo perforó directamente las pupilas de su marido y a punto estuvo de dejarle ciego.
Y lo cierto es que tampoco fue para tanto. Desde pequeño se acostumbraron a llamarle Utu , como los tristemente conocidos hutus ruandeses, sólo que en aquella época todavía nadie había oído hablar de aquellas gentes. No fue tan grave. Utu había ido al colegio y como casi todos había sufrido las bromas de su compañeros, pero más frecuentemente por su apellido que por su nombre. Cuando en cuarto de EGB Doña Esther pasaba lista y llegaba a su nombre, Autulio Palomar oía como en un eco, palabras sueltas como “palomitaaaaaa” o “palominooooo” que no se sabía con seguridad de que pupitre provenían pero que tampoco le acababan de hacer daño, ni aquél curso ni los que le siguieron.
Hubo un tiempo incluso, en que aquel extraño y corto nombre, por su originalidad, le ayudó a conquistar alguna que otra chica, así que ahora, Utulio, con su hijo recién nacido en las manos, emocionado como nunca con aquel tacto de piel de bebé y a pesar de que Rosa estaba decidida a ponerle Pablo, como su hermano y futuro padrino del niño, se decidió a hacer un intento por perpetuar el nombre de su abuelo.
- Cariño, el caso es que ahora que lo tengo en brazos, creo que me haría ilusión si le llamáramos como yo.
- Por Dios, Utu, no seas ridículo, ni malo. ¿Que quieres, que todo el mundo se ría de él y de nosotros?
- No sé, Rosa, tampoco es para tanto. Nunca he tenido problemas por mi nombre, si acaso, repetirlo un par de veces cada vez que lo daba por cualquier motivo.
- No digas tonterías. Es un nombre horrible con el que sólo conseguirías que nuestro hijo nos odiara de mayor.
- Es un nombre original que sólo él va a tener y que llevará con orgullo cuando sepa que era el mismo que llevaba su bisabuelo, un hombre honrado como nadie.
- Bueno, no te inventes cosas, que tu abuelo por lo poco que sabemos era un desequilibrado egocéntrico que sin tener la mínima consideración con tu madre , se atrevió a suicidarse en unos momentos en los que todos estaban esperando nada más que buenas noticias.
-Tampoco inventes tú historias. Lo que pasó es que tuvo una debilidad , que no pudo soportar tanto dolor. Es verdad que nadie sabe lo que pasó por su mente en esos últimos momentos ni por qué decidió vestirse con aquella túnica de lentejuelas para morir pero, si fue desequilibrado, sólo lo fue en aquellos últimos momentos. En cualquier caso, el nombre del niño debe elegirse entre los dos, no sé por qué tú vas a tener más derecho que yo. Además tiene razón mi madre, mírale, es clavadito a mí. Mira esos dedos meñiques torcidos, igualitos a los míos, y la frente, equilibrada, despejada.
Rosa, que había visto y asistido a varios nacimientos entre sus hermanas y amigas y sabía cuánto necesitaban los recientes padres confirmar un parecido fuera donde fuese, optó por callarse. No porque no tuviera ganas o fuerzas para seguir discutiendo, sino porque era muy consciente del poder de sus silencios, porque sabía que Utu no podía aguantar esa situación y enseguida claudicaba.
A la noche cuando la comadrona pasó a visitar a la madre del pequeño, ésta estaba dormida pero encontró a Utu de nuevo con él en los brazos con esa mirada de sorpresa, de admiración y de incredulidad que tantas veces había visto a lo largo de su vida.
- Mire qué bonito. No para de moverse. Está claro que, aunque en el físico haya salido clavadito a mí, el espíritu lo tiene de su madre...
- Si, ya me he fijado. Con las manitas en alto todo el rato, parece que va conduciendo una moto. ¿Qué nombre le van a poner?
- Pues su madre quiere ponerle Pablo, como su hermano, el tío del niño. Va a ser su padrino.
- Es un bonito nombre.
- Sí...
- Mi sobrino mayor se llama Pablo también. Un nombre de siempre ¿no? Me gustan los nombres clásicos, ahora a la gente le da por poner nombres cada vez más raros.
Utu no quiso hacer que Sara se sintiera incómoda. La había observado durante el día, un rostro cansado, una expresión tan triste que no había podido ignorar. No quería molestarle contándole que había nombres clásicos y a la vez raros, como el suyo, y que cuando uno había llevado toda su vida un nombre de esos, un nombre que a su vez había llevado su abuelo, se hacía difícil dejar de lado los sentimientos y decidirse por un nombre sencillo, sin más.
- Sí, tiene razón, el mundo se está volviendo loco......
(Fragmento del libro " ¿Bizkaino o Batua? ¡Yo qué sé! ")

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Caricias

Acababa de entrar en el aula, llegaba inusualmente tarde por un problema que había surgido a primera hora en la oficina. Lo hice con cuidado, sin hacer ruido, un poco ruborizado por la hora y otro poco por mi aspecto excesivamente elegante. Casi nunca vestía de traje. Ya no quedaba sitio y Jota me hizo un ademán con la cabeza, como diciendo "lo siento tío, pensé que no venías".
Me dirigí a la última fila saludando en silencio a aquellos compañeros de cursillo con los que llevaba ya unas cuantas horas compartidas. Horas de clase, trabajo en grupo, presentaciones ante el resto,...Me senté sólo, en mi cabeza aún resonando la bronca que acababa de tener por teléfono. Saqué los apuntes y la pluma con la que siempre tomo notas. Me acostumbré en la carrera a usarla. Según mi amiga Ana resaltaba mi escritura redondeada y silenciosa. Al levantar la mirada la vi mirarme de reojo.

Me había fijado en ella desde el día que la vi entrar tarde y nuestras miradas se cruzaron por casualidad. Me sonrió. Me pareció muy atractiva. Por desgracia nos pusieron en grupos separados y apenas habíamos cruzado dos palabras en estos dos meses.

La vi sonreír de nuevo, como si acabara de recordar algo, a la vez que se retiraba el pelo de la cara, con un movimiento que acababa en su nuca. En ese instante comenzó el embrujo. Con la mayor delicadeza del mundo comenzó a jugar con su pelo, haciendo y deshaciendo imaginarios nudos. No pude apartar la mirada de su mano acariciando un pelo negro, oscuro como una noche sin día. Nada en el mundo podría resistir esas caricias, ni la roca más dura ni el ser más perverso.

Volví a ser un niño en el regazo de mi madre mientras cantaba y jugaba con mis rizos; a las lecturas bajo las sábanas a la luz de una linterna; a mi adolescencia de explorador con Julia, que me tocaba y el mundo se fundía mientras me hundía en sus brazos; al abrazo de mi amiga Laura, rota por el dolor de la pérdida. A todos esos momentos en los que el amor, la emoción, la pasión, la tristeza, te hacen sentir vivo. Me recordó qué una vez sentí.

Desde entonces, cada vez que la veo, sólo deseo besarla y que sus manos acaricien mi pelo y mi alma.

(Fragmento del libro "Jacinto, saca la escopeta que viene tu yerno" publicado en MNB)